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Comunidades de Innovación y Emprendimiento – ¿Qué tan buenos somos para unirnos?

Innovación y Emprendimiento. ¿Qué tan buenos somos para unirnos?

Todos queremos que les vaya bien a nuestros jóvenes emprendedores. Queremos que tengan condiciones y habilidades para emprender, y crear entornos prósperos que impulsen nuestra economía y aumenten el acceso de nuevas oportunidades para todos los mexicanos. Por esta razón, muchas instituciones en México están buscando la “fórmula mágica” que transformará a los jóvenes en innovadores y emprendedores  exitosos. Para ello, traemos al gurú en turno o la metodología milagrosa del verano, contratamos un curso más de liderazgo o hacemos eventos efímeros de fin de semana que -con suerte- se quedan en anécdotas, en expresiones más o menos “académicas” del esparcimiento, que se olvidan fácilmente ante la necesidad de enfrentar la realidad del “día siguiente”. Por supuesto, estos eventos tienen mucho mérito, crean experiencias memorables en los jóvenes y ocasionalmente llaman la atención de instituciones educativas y gubernamentales sobre la necesidad de impulsar una sociedad curiosa, que se incline hacia la innovación y la investigación, y no sólo a la manufactura. Sin embargo, no obstante la avalancha de foros, ciclos de conferencias y talleres que hemos presenciado en nuestras ciudades, hay un componente del futuro que queremos para el país que no ha sido suficientemente destacado, y es crucial que no lo olvidemos: crear más y mejores comunidades que vivan una verdadera cultura colaborativa que sea la base para avanzar en ámbitos concernientes a la sociedad del conocimiento (emprendimiento e innovación).

La cultura colaborativa no es una ocurrencia ni surgió de la nada. Su origen se remonta a la prehistoria y ha prevalecido en todas las épocas del ser humano; lo que ha cambiado son las herramientas para escalarla y esparcirla en todo el mundo.  Hoy esta cultura consta en el área de Silicon Valley, donde se sitúa el ecosistema más grande de emprendimiento del mundo.  Ahí, en un momento muy especial de nuestra historia reciente, las comunas post-hippies establecidas en California a mediados de los 70’s, convivieron con grupos de jóvenes dedicados al desarrollo de microprocesadores y tecnologías diversas.  El encuentro provocó que la filosofía hippie, fundada en la idea de compartir y colaborar, influyera poderosamente a grupos de jóvenes tecnólogos, convencidos de los avances que lograban mediante la ayuda mutua.  Aunque normalmente no me gusta poner ejemplos tan trillados, como el de Silicon Valley, me parece muy valioso tomar esta lección: la cultura de colaboración es vital para dar origen a ecosistemas de innovación y emprendimiento. Las utopías si existen y funcionan -muy bien.

Por esta razón es fundamental que nuestros jóvenes piensen cómo crear esta cultura que les permita colaborar más y mejor entre ellos. Tenemos que pensar en dejar atrás el modelo tradicional y en muchas ocasiones obsoleto: tengo una idea, eso quiere decir que voy a contratar a alguien para que trabaje para mi y la haga. Esto simplemente ya no funciona. Las estructuras jerárquicas no pertenecen -al menos no de la manera tradicional- al mundo actual. Los nuevos emprendedores deben de crear sus comunidades donde puedan compartir conocimientos, experiencias, y, sobre todo, trabajar de la mano con equipos transdisciplinarios. En estas comunidades de colaboración conocerán a sus futuros socios, aprenderán de nuevas tecnologías, surgirán nuevas posibilidades y sobre todo se crearán amistades, de esas que duran toda la vida.

Ahora, cuando hablo de crear comunidades de innovación y emprendimiento, no tengo en mente la típica asociación de empresarios que se reúnen para platicar u organizar algún tipo de evento, cuya meta será la de tener otra reunión social -a la que se referirán arbitrariamente como “sesión de networking”.  Me refiero a espacios donde los emprendedores y makers se juntan a trabajar en serio. Lugares donde ingenieros, programadores, diseñadores, emprendedores, creadores, etc., se unen para trabajar en proyectos a largo plazo, y sostienen reuniones periódicas que resultan -de manera realista- en nuevos y mejores productos, servicios o procesos.

Los nuevos “CEO’s” o fundadores de empresas tienen que salir de su oficina y coexistir con sus socios  -no empleados- para ganarse el respeto con sus acciones, en un sistema que valora más la meritocracia y la autenticidad radical que los títulos universitarios o el apellido que tengan.  La motivación de los jóvenes hoy radica en diseñar su propia vida, hacer uso de su tiempo, satisfacer su curiosidad, tener flexibilidad de horarios y locación, tener soberanía creativa y, ante todo, un propósito de vida. La capacidad de nuestros jóvenes de organizarse y ver el bien común, será un aspecto determinante en el nivel de éxito o fracaso de sus emprendimientos. Es fundamental que nuestros jóvenes emprendedores se planteen la pregunta: ¿Qué tan buenos somos para unirnos? La respuesta a esta pregunta, será proporcional a los resultados obtenidos de sus aventuras empresariales.

Ahora, aquí viene el truco. Lo curioso de las comunidades de innovación y emprendimiento es que no podemos forzar su aparición, no podemos obligarlas a existir, tampoco es posible -o al menos es muy difícil-  generarlas exclusivamente a través de las instituciones. Para que estas comunidades funcionen, tienen que surgir de los emprendedores y para los emprendedores.

México y Latinoamérica necesitan reconsiderar sus modelos culturales de colaboración. Si queremos que nuestros países avancen hacia economías basadas en innovación y emprendimiento, una cosa es segura: tenemos que aprender a colaborar más y mejor. Esto no es fácil, especialmente debido a nuestra bien documentada dificultad para trabajar en equipo. Sin embargo es fundamental que entendamos que si dejamos atrás nuestros vicios individualistas, y nos enfocamos en conectar con el “otro”, el que es diferente a nosotros, habremos dado el primer paso para empezar a crear un ecosistema real de innovación y emprendimiento.

Desde las instituciones, podemos promover y apoyar que las iniciativas colaborativas florezcan, proporcionando todo lo que esté a nuestro alcance para lograr, poco a poco, comunidades más unidas -que son fundamentales para la creación de nuevas oportunidades. No debemos olvidar que la innovación y el emprendimiento no son obra de los edificios, las metodologías o los espacios físicos, sino de las personas. Por esta razón, es vital evitar que las incubadoras de empresas se dediquen a entregar reportes de los “cuántos eventos hiciste”, o se conviertan en lugares burocráticos que se limitan a “criticar y juzgar” las ideas de los emprendedores, desde la arrogancia, dictando métodos rígidos y francamente pasados de moda.  En cambio, las incubadoras deberían reportar cuántos de los emprendimientos que han apoyado están impactando realmente la vida de las personas. Hay que convertirlas en lugares donde se apoye al emprendedor asistiéndolo, con la genuina misión de ayudarlo, procurando que sus ideas mejoren significativamente las oportunidades y opciones de sus usuarios.  El día que los adultos entendamos que estamos aquí para ayudar a los jóvenes y no para juzgarlos, haremos emprendimiento en serio.

Para concluir, si eres emprendedor, busca las comunidades que te interesen y acércate a ellas, conoce a las personas que eventualmente se pueden convertir en tus socios. Por favor, no vayas a hacer “networking”, ve a hacer amigos de verdad y a reconocer el talento en los demás, te aseguro que será mejor para tí en todos los sentidos. Si no encuentras o no existe la comunidad del tema que te interesa, créala. Ve a las universidades, habla con las personas que saben del tema, ofrece tu ayuda, aprende de ellos y crea esa comunidad. No te quedes parado, sal a provocar cosas. Muévete.

Dr. Edgar Barroso
Twitter: @edgarbarroso
Facebook: Edgar Barroso (Community)

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