Los sábados en la tarde amo el DF. Hay una especie de paz, de belleza latente, como si la ciudad se distendiera, como si estuviera dando un gran respiro, recuperándose antes de la locura y el caos que regresan invariablemente cada lunes. Desde poder ir de la Anzures (donde vivo) hasta Santa Fé en 18 minutos, hasta poder ver el cielo azul, respirar hondo sin que te sepa a “Pemex”, hasta sentir que la ciudad contagia una especie de “nobleza” que no puedo explicar, los sábados en la tarde en el DF son lo mejor.
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En mi tiempo aquí he llegado a conocer y admirar a los “Chilangos” que son una especie única de seres humanos. La manera en que se han adaptado a vivir en una ciudad así me sorprende todos los días. Por ejemplo, han desarrollado una paciencia más allá de la santidad y una capacidad de resignación digna de un monje tibetano. Una vez en un taxi que me llevaba al aeropuerto desde Santa Fé, a las 3 horas en el coche, yo me quería salir a la calle, gritar en plan maniaco, jalarme los pelos y expresar a cada automovilista que esto -el tráfico- no era posible. En cambio el taxista estaba “contento”, porque me dijo en tono esperanzador: “…uy joven, lo bueno es que no es viernes…”.
Y ahí conecto con otra cosa muy curiosa: en ningún lugar del mundo me han dicho más veces “joven”. En el DF soy “el joven”. Es mi apodo. Eso si, me hablan de usted y con mucho respeto. “Oiga joven, dígame joven, como usted quiera joven, pásele joven, cuántos quiere joven, qué se va a llevar joven, etc.” Me pregunto cuándo dejaré de ser merecedor de ese apodo.
Y es que los sábados que la ciudad descansa, surge en las personas una amabilidad que rara vez vemos en la semana. Por ejemplo hoy en la mañana fui a llevar mi ropa a la lavandería y la chica -Alejandra- me dijo: “…son tres kilos -joven- pero le cobré dos porque me cae bien”. O en la tiendita de la esquina -que por cierto tiene los mejores lichis que he comido en mi vida- cada vez que voy, me pregunta el tendero “¿cómo vio el partido (de fútbol) -joven? Y para no decepcionar al señor, diciéndole que no veo fútbol, he descubierto que si le respondo “más o menos” nunca falla, seguido de un “¿cómo lo vio usted?”. En ese momento le brillan los ojos y me empieza a contar todo lo que hicieron mal, los errores del técnico, los jugadores que son buenos, los que le echan “ganas”, los malos, escandalosos, etc., y de ahí en adelante simplemente tengo que coincidir en todo lo que dice para que el tendero y yo nos hagamos buenos amigos y siempre podamos platicar de fútbol.
Cuando salgo a correr por la zona que vivo, me intrigan las señoras que salen a pasear a sus perritos -Chihuahua o del tipo- en pants, pero con peinado de salón y maquillaje de noche de gala. Y ni que decir de los sonidos peculiares como el de las camionetas que van comprando “lavadoras, hornos, microondas, o cualquier fierro viejo que tenga”, la ciudad de México tiene uno de los paisajes sonoros más diversos y complejos que he oído en mi vida. A veces tengo que interrumpir las conversaciones porque los sonidos y la polifonía me resultan absolutamente hermosos.
Otra cosa que me encanta cuando llego al aeropuerto y me subo al taxi es la letanía que me dan los conductores cuando les pregunto cómo están. Va más o menos así: (acento chilango al máximo) “…pues bien joven, ya sabe, ps aquí trabajando, ya sabe no hay de otra, pero bien, bien, bien la verdad, para que se queja uno, la verdad, ya ve como están las cosas, pero bien, bien, aquí dándole, ya sabe, pues aquí, lo que viene siendo el trabajo bien, así que pues bien, bien gracias a Dios, bien bien…me encanta.
Hoy en la tarde de sábado que fui “al mandado”, una pareja se me acercó y me dijo: “…joven, usted que es de aquí, ¿sabe dónde está un Office Max? Casualmente sabía dónde estaba y le indiqué con una fingida naturalidad de local exactamente dónde estaba, me sentí orgullosamente Chilango por unos segundos. Es increíble lo que significa “ser de algún lugar”. ¿Qué define eso? La sociedad moderna está retando seriamente la concepción de qué es casa, y de dónde somos. En lo personal, casa es dónde está Ulla -mi esposa, un vínculo con otras personas, no un lugar geográfico.
Mi experiencia viviendo en el DF ha sido una de las más interesantes de mi vida y agradezco la oportunidad de vivir y conocer a esta ciudad única y maravillosa. Si bien tiene sus problemas como cualquier metrópoli de estas dimensiones, no puedo negar que es una ciudad que después de un tiempo te empieza a seducir y ahora cada vez que me voy de la ciudad de México siento una nostalgia rara, sutil y encantadora.
Además tengo que agradecer a todas las personas que me hacen sentir en casa en el DF cuando sé que no estoy en casa. Ale, Glenda, Majo, Alejandro, Karlita, Mafer, Viri, Fernando, Dulce, Migue, etc., seguro se me están pasando varias. Y aunque todavía me siento perdido con algunos chistes locales -por ejemplo hoy citaban el edificio que parece “Pizzerola”, y ahí si ya no llego muy bien o me tardo un buen en acordarme en dónde está el mentado edificio- aún así tengo mucha suerte de poder pasar tiempo aquí aprendiendo de esta especie de humanos encantadores que denominamos cariñosamente: Chilangos.
PD
Hay otros detalles que me encantan y me intrigan, por ejemplo ¿por qué la Anzures huele a chocolate abuelita?
Hola Edgar soy la Maestra Laura Córdova de Monterrey, nos conocimos en la premiación de Diseña el Cambio Celebration el 6 del pasado Septiembre Nuestro Proyecto es el de “Tecnologías de la Comunicación para padres” representante de N.L. por cierto te comparto on orgullo que lo eligieron para una exósición en el Museo Metropolitano La exposición se llama imagina tu futuro, La Movilidad Social hoy lo fuí a ver y está grnial, enfalizan mucho que para escalaren la sociedad lo debes hacer a través de la Educación.
Me encantó tu reflexión sobre el DF y la vida de los Chilangos. Un abrazo afectuoso.
La Anzures huele a chocolate porque hay una fábrica de chocolates cerca de Parques Polanco. 🙂