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Confiesa. Te hubiera gustado estudiar música

Natalie Clein, cellist. Commissioned for Arts/Portrait of an Artist. Photograph: Sarah Lee/Guardian

Cuándo me preguntan por mi profesión, hay una especie de ritual que sucede. Al contestar que soy compositor, la mayoría de la gente hace una expresión muy particular, frunce un poco el ceño, y su cara expresa una mezcla de incredulidad, asombro, sospecha, desaprobación y una pizca de admiración. Internamente están pensando ¿De qué vivirá?

Cuando les platico lo que hago y lo que significa ser compositor actualmente, su expresión se suaviza y muchas veces -376 veces para ser exacto- las personas me dicen: “la verdad, a mi también me hubiera gustado ser músico.” Cuando les pregunto por qué no persiguieron ese gusto por la música, sus ojos se pierden un poco, como cuando recordamos algo triste. Casi invariablemente, lo primero que sale de su boca es: “no sé”. Seguido de un silencio de esos que pesan, para continuar diciendo que era muy difícil, que el dinero, que tenían que estudiar algo práctico, algo que les redituara, que sus papás, que sus amigos, que la situación era muy difícil, etc.

Este tipo de anécdota recurrente, me ha hecho preguntarme ¿por qué es tan difícil aceptar estudiar música -o artes- y perseguir nuestras propias inquietudes en la vida? ¿Cómo podemos seguir tan condicionados por los estigmas sociales y tener una preocupación monotemática por el bienestar económico? El ser humano es un ser complejo, que necesita de las expresiones artísticas para aprender, compartir y vivir mejor. El dinero es una parte fundamental de la vida de cualquier persona que viva en un grupo social urbano. Lo paradójico de todo esto, es que las pocas personas que se preparan y luchan por defender su vocación tienen mucho trabajo porque la mayoría de las personas se fueron a estudiar carreras “prácticas”. Al estandarizarse la forma de pensamiento basado en tener una carrera redituable, la competencia en ese tipo de carreras está totalmente saturada. Muchas veces de personas que en principio no querían estar ahí, sino que les dijeron que era la mejor opción. Por esta razón muchas veces vemos ejércitos de personas que van a trabajar sin ninguna motivación ni deseo de desarrollarse.

Lo que la sociedad no ha entendido es que las artes nos pueden hacer mejores abogados, mejores ingenieros, mejores negociadores, mejores personas. No todos tenemos que dedicarnos a las artes de tiempo completo. Sin embargo, lo que nos toca es impulsar y apoyar a los jóvenes a que tengan alguna forma de expresión artística. Algo que los ayude a sensibilizarse, a entender la disciplina y el trabajo desde una óptica que busca permanente lograr la excelencia, la expresividad y la representación de nuestro mundo. Las artes nos recuerdan las cosas increíbles y hermosas que podemos lograr cuando nos lo proponemos y estamos dispuestos a trabajar en ello.

Puesto en palabras simples, las artes y la cultura son necesarias para aumentar nuestra calidad de vida. Nuestros cerebros están diseñados para crear, -y como todos sabemos- si no los usamos con ese fin, cada vez se va perdiendo esa capacidad de imaginar, de conectar con las emociones desde la técnica, desde la expresividad, desde lo humano. Además, los logros artísticos no se pueden comprar. Nadie puede “comprar” saber tocar violín o pintar un cuadro. Es algo que tienes que lograr tú mismo con tiempo y dedicación. Algo que es únicamente nuestro cuando lo logramos. Y por esta condición de ser “incomparable” el arte es algo que está al alcance de todos, que dignifica a la persona, que depende del mérito personal y no de la posición económica. Es una habilidad humana -una de las más profundas- no un objeto. Es además una herramienta fenomenal para canalizar nuestras emociones y mejorar nuestra capacidades cognitivas, creativas y sociales.

Ayudemos pues a que la próxima vez que un ser querido o un estudiante nos exprese su interés por la música, no le digamos que se va a morir de hambre. Mejor, preguntémosle cómo le podemos ayudar para que pueda tomar esa clase de guitarra, esa clase de pintura, escultura, baile, etc. Dejemos que las personas -especialmente los más jóvenes- exploren el mundo de las artes. Si es lo suyo y encontraron su vocación, genial. Si no es lo suyo, el contacto con las artes le abrirá puertas hacia una vida más sofisticada, más interesante y más diversa. Les ayudará a tener más conexiones neuronales y emocionales que serán muy útiles en cualquier profesión que elijan. El arte cambia las conversaciones de las personas, nos hace salir de lo cotidiano, del día a día y nos reta a ir más allá de nuestras rutinas.

Además, ¿que sería tan malo de tener un país lleno de artistas? Podríamos crear un turismo cultural como lo hace Viena, una ciudad que se basa en mantener un nivel altísimo de compañías de ópera y orquestas sinfónicas. La gente viaja en millares de todo el mundo para ver la ópera. Es una industria que nos ayudaría a educar mejor a nuestros hijos, no contamina y sobre todo: las artes nos unen a reflexionar sobre nuestro mundo y nosotros mismos.

Que las nuevas generaciones de jóvenes no digan que “no saben” porque no persiguieron una inquietud por las artes. Que no digan que fue porque nosotros -los adultos- los aplastamos con nuestra idea que sólo las carreras tradicionales son las que tienen futuro. Las carreras creativas tienen cada vez más auge en todo el mundo. Incluso, la matrícula en las escuelas de música de todo el mundo -incluido México- está aumentando año con año. Ha llegado el momento de hacer de la música y las artes, una parte fundamental de la vida de -todas- las personas.

@edgarbarroso

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