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Respaldando las fotos de mi teléfono, me encontré esta que ven aquí arriba.
Este post es una deuda atrasada de lo que pasó en diciembre del año pasado, pero hoy fue cumpleaños de Ulla, la extraño porque no la veo desde hace un mes, y este pequeño post es una forma de recordarla con mucho cariño.
La que corre es Ulla, mi esposita. Cada año existe una tradición en Zurich de correr 10 kilómetros por la noche alrededor del lago de la ciudad. Cientos de corredores se juntan en el frío y corren alrededor de los lugares más icónicos de Zurich. El año pasado fue la primera vez que la corrimos. Esta carrera tiene una particularidad. Los participantes pueden disfrazarse de lo que quieran, por ser invierno normalmente la gente se viste con algún ornamento navideño.
Un día antes de la carrera Ulla me comentó que había pedido un disfraz por internet, cosa que no me hubiera esperado. Cuando lo tenía en su poder, arregló el gorrito, se puso una nariz anaranjada y pasó horas viendo cómo resolvería traer un disfraz de hombre de nieve mientras corría. Esto no sería raro para muchas parejas, pero para quienes nos conocen, saben que Ulla y yo nos vestimos de colores sólidos, muy sobrios, incluso nuestra amiga Mónica Mendiola nos define como el estilo “Ulla y Edgar”, es decir, muy “tranqui”, muy frecuentemente vestidos de colores negros, grises y cafés con jeans.
Por esta razón, se me hacía raro que Ulla pusiera tanto énfasis en el disfraz. Nunca hemos ido a una fiesta de disfraces y el día que lo hagamos iremos de “Ulla y Edgar” creo. Así nos gusta, estamos felices con la paz que nos provocamos. El disfraz además, era sumamente incómodo porque era como un camisón, con una nariz que no te dejaba respirar, y un gorro que se podía caer en cualquier momento. Le comenté eso a Ulla, ella murmuró algo incomprensible y siguió buscando industriosamente un clip para atorarse la nariz en forma de zanahoria.
Dos horas antes de irnos a la carrera, vino con un gorro rojo, como de duende para mi y me dijo con firmeza: póntelo. No hubo oportunidad de queja o réplica, obedecí en silencio. Ulla se vistió cuidadosamente como un hombre de nieve. Se veía al espejo, se arreglaba el gorrito, se movía la nariz, etc. Yo perplejo ante lo que veía. Ulla es una de las mujeres más sobrias y ecuánimes que conozco, quien trabaja en Swiss RE y usa traje sastre diario para ir a trabajar como analista de negocios, pero ese día salió de casa vestida como un hombre de nieve para correr 10 km. Se veía muy simpática, pero ella se lo tomaba muy en serio. Yo no entendía lo que pasaba, conociendo a Ulla por 14 años, no entendía su dedicación e interés por ir disfrazada. Ulla no es del tipo que quiere llamar la atención, todo lo contrario, se arregla justo lo necesario y lo demás lo deja a su belleza natural. Total, que ahí íbamos un duende mexicano en Zurich y una mujercita de nieve sentados en el tranvía público.
Llegamos al centro de la ciudad, nos preparamos y arrancamos. A los 5 minutos de haber empezado a correr todo hizo sentido. La carrera estaba llena de niños y niñas chiquitos. Al pasar Ulla ya no era Ulla, era Olaf, el personaje de la película Frozen quien es un hombre de nieve. Los niños se emocionaban al verla, le gritaban ¡Olaf!, ¡Olaf!, y le alzaban su mano para que Ulla la pudiera tocar. Ulla saludaba a todos, la carrera no le podía importar menos, pero el papel se lo tomaba muy en serio, ponía toda su tenacidad de consultora senior en finanzas para lograrlo. Iba concentrada en oír su llamado y no dejar de tocar la mano de ningún niño o niña que le gritaba el nombre de su personaje. A mi ni me pelaba, ella tenía una misión mucho más importante. Ser Olaf.
Ulla es de esas mujeres que cuando se trata de provocar una sonrisa, ayudar a alguien o resolver un problema de alguien más, no tiene igual. Pero además, tiene algo muy particular: no se lo dice a nadie. No necesita reconocimiento. Es una de las personas más desprendidas de su ego que conozco. A ella no le importa como se ve, o el esfuerzo necesario mientras este esfuerzo tenga el potencial de provocar una sonrisa en cientos de niños ¡que no conoce! Esas son el tipo de cosas que mueven a Ulla. Además jamás me mencionó que hacía esto por hacer sonreír a los niños, porque entonces se daría crédito a si misma. Quería hacerlo, sin reconocimiento, sin decírmelo ni siquiera a mi, su esposo. Ulla es de esas personas que quieren hacer el bien y no necesita (nunca) gritarlo a los cuatro vientos. Su disfraz le daba el anonimato perfecto para hacerlo.
Yo iba como pavo real. Orgulloso de mi esposa. Feliz de saber la suerte que tengo de tenerla como compañera de vida. No hablamos nada, estábamos absortos saludando niños, más ella que yo, porque por supuesto yo me convertí en una especie de “ayudante” de Olaf con mi sombrerito de duende y uno que otro niño también me daba su mano para “chocarla”.
Al finalizar la carrera, lo único que me preguntó es: ¿Cómo estás? Fuimos por agua, un plátano y nunca mencionamos lo que había pasado. Ulla se quitó su disfraz y volvió a ese mundo pragmático, discreto y sencillo que habita, en la humildad que tanto amo en ella. No pude decirle nada porque hubiera arruinado el momento, sólo la abracé largo y fuerte para decirle sin palabras las mil cosas que le quería decir, pero sabía que si lo hacía, la iba a hacer sentir incómoda, reconocida, descubierta. El silencio fue la opción más conveniente como muchas veces lo ha sido en nuestra relación.
El disfraz lo guardó y yo guardé mi gorrito de duende, cenamos pizza y volvimos a la construcción que llamamos hogar. Creo que esta carrera será ya una tradición de la familia Barroso-Bernhart.
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