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Hace como una año apareció un pequeño y suave “chipotito” en mi ingle derecha. Como no me dolía ni nada, no le hice caso. Después de un año, decidí ir a checarlo con un doctor y en cuanto me bajé los pantalones, después de 0.24 segundos me dijo: “…ah, es una hernia inguinal”. Me gustó que el diagnóstico fuera tan ágil y tuviera un tono de optimismo y de ausencia de gravedad, aunque no me encantó que justo después me dijera: “…esto es muy común en los hombres, especialmente con la edad, los tejidos empiezan a debilitarse y así es como surgen las hernias. La cosa es que no se va a curar por si sola y te recomiendo que la operes porque si no la atiendes y empeora, entonces si te puedes morir de esto.” Y como soy muy “sacatón”, dije: mejor que digan que aquí se operó, que aquí murió.
Hoy llegó el gran día y tuve mi primera cirugía formal con anestesia total. La experiencia ha sido muy profunda y quisiera compartir algunas cosas de ella.
La verdad es que no me puse nervioso. Ulla (mi esposa) estuvo conmigo todo el tiempo que la dejaron -aplausos para ella. Me recibió una enfermera austriaca con una sonrisa y una pastillita para “relajarme”. Acto seguido me dio la famosa bata de hospital con la apertura anterior característica que hace que de repente te lleguen “vientos helados”. Una vez perdido cualquier miligramo de sexiness que puedas tener, te dan una especie de medias blancas para prevenir la trombosis que aumentan considerablemente el nivel “mata-pasión” logrado con la bata. Ulla se moría de risa de mi “look”. Unos minutos después, la pastillita relajante empezó a surtir efecto, dando lugar a un estado de relajación francamente a todo dar. Me llevaron por los pasillos entre risas, charlas sobre el clima, etc., mientras se cumplían uno por uno todos los clichés de las series de televisión: las interminables vueltas, doctores pasando al lado tuyo, conversaciones cortadas por el efecto doppler, las lámparas en el techo y finalmente la sala de operación. Ahí llegaron dos anestesistas que me preguntaron algo y yo les contesté algo. Lo último que me acuerdo es que un “dude” suizo me puso una jeringa en mi mano izquierda que si me dolió, y quise decirle en el más folclórico tono mexica: “…órale wey, tranquilo que eso si me dolió”. Con ese poético pensamiento terminó mi conciencia.
Desperté en un cuarto con dos camaradas suizos de aproximadamente 87 y 89 años y que desde ahora los llamaré 87 y 89. Muy amables los dos, incluso 87 hablaba un español argentino perfecto porque estuvo casado con una argentina. Yo seguía “relajado”, así que abrí los ojos, vi el panorama y me volví a dormir. Cuando desperté, naturalmente tenía ganas de hacer “pipi”. Así que según yo muy entrón, me levanté de la cama, caminé algunos pasos al baño y justo cuando terminé mis deberes “bañales”, empecé a oír cantar ópera italiana muy fuerte, Bellini con su Vaga Luna en la interpretación de Ramón Vargas:
Pensé: “…que maravilla que dejen poner ópera a todo volumen en el hospital”. Sin embargo algo estaba mal, porque cuando abrí los ojos estaba rodeado de 6 enfermeras y mi campo visual era el suelo -al parecer me desmayé y lo último que hizo mi cerebro fue escuchar a todo volumen una obra de Bellini- y cuando vi que las enfermeras me estaban cargando, mi única expresión que me salió fue: “Hallo?”. Lo que sacó una carcajada maravillosa de las 6 enfermeras. Dos horas después volví a tener ganas de ir al baño, y dije: “ni de broma me vuelve a pasar (que me desmaye)”. Fui al baño con mi suero como compañero, hicimos lo que fuimos a hacer y regresé a mi cama, donde estaba una enfermera. Cuando me senté empecé a oír a Bellini nuevamente y dije finamente: “ya valió mad…”. Siguiente acto, seis enfermeras me estaban cargando nuevamente a la cama (nada mal ¿eh?) y sorpresivamente cuando empecé a volver en mi, el “Hallo?” encontró su lugar en mi voz nuevamente. De plano una de las enfermeras me imitó con su carcajada “Hallo?”, lo que me convirtió en el paciente “Hallo?”, fui la “carrilla” del piso del hospital -bien merecido me parece.
Cuando desperté por tercera vez, vi a Ulla y nos pusimos a cotorrear hasta que me hizo reír, y ahí me dolió mi ingle, el efecto de las drogas había pasado y ahí empezó la reflexión de todo esto.
En este momento, hacer una abdominal parece una hazaña de Hércules. Fue una operación casi rutinaria, pero tampoco es que esté acostumbrado a que me abran mi cuerpecito. En otras palabras no estoy acostumbrado a que me duela algo. Esto ha hecho que sienta un profundo respeto por las personas que sufren un dolor crónico. Para las personas sanas, el dolor es ficción. Con cualquier cosita ya estamos quejándonos escandalosamente. Cuando vi lo que aguantaban 87 y 89, el dolor que deben de sentir de tanto piquete, sus articulaciones, sus órganos y evidentemente sus malestares en general, me dio una nueva fortaleza para ver que mi dolor es mínimo. 87 y 89 me hicieron apreciar muchísimo el tiempo que viviremos sin dolor.
Y es que 87 y 89 sin saberlo me dieron una lección de vida maravillosa. Según lo que me dijeron, es probable que nunca salgan de este hospital. Están en situaciones muy complicadas de salud, por lo que cualquier actividad cotidiana como ir al baño, comer, lavarse, dormir, hablar, resulta una hazaña cada vez. Pararse de la cama, es una actividad que pueden o no lograr, y requiere de varios intentos. Los distintos aparatos a los que están conectados suenan a todas horas con alarmas que hacen venir a más enfermeras y doctores para una vez más interrumpir su sueño con un nuevo procedimiento. Después vienen los silencios. Esos momentos en los que las enfermeras o doctores no entran, y se hace el silencio de la espera, donde la enfermedad “se oye”, donde 87 y 89 pareciesen no querer moverse para pasar desapercibidos por la enfermedad y el tiempo, donde no queda más que esperar con valentía la improbable mejora. Y sin embargo, hacían todo lo que estaba a su alcance, se tomaban la medicina, le preguntaban al doctor por mejores opciones de tratamiento, aguantaban los piquetes, los ronquidos, las luces, los “bips” de los aparatos, y siempre, siempre todo con una dignidad enorme.
Mis roomies 87 y 89 me han hecho valorar lo que tengo. Un cuerpo adulto razonablemente sano, un cuerpo sin dolor, que sostiene mi vida, mis relaciones con los demás y mi trabajo. Pero que invariablemente dejará de hacerlo cuando pase el tiempo. Día a día estamos envejeciendo, hay que prepararnos para eso y aprovechar mucho el tiempo que tenemos sanos. Y no estoy hablando de los clichés de: “vive la vida intensamente y sé feliz todo el tiempo”, porque de hecho no creo en esta frase en absoluto. Creo que la vida debe tener de todo: paz, intensidad, lentitud, rapidez, tristeza, alegría, aceptación, bondad, defectos, virtudes, etc., lo que si cambió es mi umbral de la queja. Después de una noche en un hospital, mis quejas cotidianas palidecen y se vuelven casi banales. Mi lección hoy es quejarme menos y llevar las cosas difíciles de la vida con dignidad.
Por otro lado, quisiera hacer una gran pausa-homenaje. Mi más alto respeto, admiración y reconocimiento a la labor de l@s doctores y enfermer@s. No me queda la menor duda que tenemos que apreciarlos más. Su trabajo tiene que ver con ayudarnos cuando estamos en momentos difíciles, cuando ni nuestra familia podría cuidarnos como ellos. Son personas que cada día salvan una o muchas vidas, hacen posible la vida en los demás, empujan hacia la salud, hacia el bienestar. No tienen horarios estables, cada vez que 87 y 89 les llaman, vienen con una actitud de servicio, de amabilidad, de curiosidad por la vida biológica y psicológica de la persona. Creo que como sociedad deberíamos de apreciar mucho a estas personas. Que se preparen todos mis amigos médicos y enfermer@s, porque la próxima vez que los vea, los voy a abrazar y les voy a dar las gracias por la labor que hacen cada día. De verdad muchas gracias desde el fondo de mi corazón a los médicos y enfermer@s que se dedican profesionalmente a sanar (con ciencia, tecnología y dedicación) a las personas.
Por último me gustaría hablar positivamente de algo de lo que normalmente soy muy crítico. De las redes sociales. Debo decir que me dio mucha alegría y me distrajo de mis molestias el estar conectado por facebook y whatsapp con ustedes, mis amigos, mi familia y con las personas que se molestaron en escribirme unas palabras. La verdad es que cuando se fue Ulla me sentí muy acompañado por ustedes y creo que podemos hacer más por personas como mis camaradas de cuarto 87 y 89. Podemos hacerlos sentir más conectados, hablar con ellos, distraerlos entre un procedimiento y otro. Recordemos que todos llegaremos a una edad en que la enfermedad o el envejecimiento serán parte de nuestras vidas. Ojalá que haya varios emprendedores que dediquen su creatividad y talento en no olvidar a nadie, nunca y en especial al final de nuestro camino en este planeta. Este día me recordó lo frágil que es la salud, la vida y el futuro de la misma. Hay que cuidarnos desde donde estamos.
Me despido con una de las frases que más sentido me hace hoy, me la dijo un gran empresario de León una mañana de jueves cuando le pregunté “¿Cómo está Don Alejandro? a lo que contestó: “De salud bien, lo demás me vale madre…”
Gute Nacht!
Edgar Barroso @edgarbarroso
Gracias Edgar por compartir tu experiencia. Deseo que te recuperes pronto. Saludos a Ulla.
Disculpa el que este escribiendote estas lineas no se que o quien me hicieron leerlas
solo comprendo que asi es la vida como un rio que fluye sin complicasiones sin esperarse a que lo vean o no sigue su camino porque sabe a donde va . Espero en Dios creas o no en El que te recuperes y tambien tus compañeros de camino en esa experincia de vida Dios te bendiga con tu familia empece a leer por la mañana y la termine ahorita a mi tambien me gusta escribir lo que pienso lo que siento lo que vivo y lo que me gustaria vivir lo siento como agua que corre tranquilamente quieta y silenciosa limpia y fresca para que la sientan quien a ella se acerque bay
Me encanto tu reflexión, y la comparto. Yo he pasado por varias cirugías y entiendo perfecto lo que dices. Esos detalles que no apreciamos. Una simple cirugía, un simple piquete requiere de la más grande valentía. Y hasta que no lo vives, no lo aprecias. Y como dices, disfrutar cada momento, hasta los malos, porque esos te enseñan a valorar todo.
Que gusto conocerte.