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COVOLUCIÓN – Reflexiones acerca del sonido, la música y la educación en una era hiperconectada y colaborativa

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“…hay algo realmente poderoso y muy hermoso acerca de la idea de la colaboración. La colaboración es colectiva: se trata de el éxito del grupo, no del individual.” Douglas Thomas

La colaboración difumina las limitaciones de la localización geográfica, y expande un infinito y accesible lienzo en el que la gente puede crear, compartir e interactuar de modo individual o dentro de una comunidad compuesta -quizá- por miles de usuarios. Esto es algo nuevo. La era hiperconectada ha afectado a casi cada ser humano y actividad en este planeta, de manera directa o indirecta. Y sólo hemos comenzado a ver la punta del iceberg, pues la tecnología que posibilita nuestros vínculos está creciendo, creando nuevas capacidades y ejemplos de colaboración en los más diversos campos del conocimiento, en cada país y ciudad del mundo. Tales cambios ocurren todos los días, minuto a minuto.

Sobra decir que cualquier tipo de arte sonoro no es inmune a estos cambios, y, según creo, es necesario que los artistas y compositores reflexionen acerca de este fenómeno. Actualmente, un sistema de sistemas hiperconectado permite nuevas posibilidades de intercambio y fusión de conocimientos. Cuando pensamos en ello, siempre terminamos con más preguntas que antes. Preguntas como, ¿cuál es el rol de la creación musical en un mundo que está más y más interconectado? o ¿cómo diversos campos del conocimiento pueden informar a la música?, ¿qué ocurre ahora con ese espacio único, de soledad y disciplina individual que caracterizaba a la composición?, ¿realmente estamos creando ambientes donde la gente tiene el tiempo, las habilidades y los espacios para construir relaciones significativas que nos conduzcan a hablar realmente acerca de la co-creación en un modo profundo y honesto?, ¿realmente tenemos la opción de escoger entre la creación solitaria y la colaborativa?

La lista de preguntas es interminable. Durante la escritura de este artículo, me percaté de que me gustaría darle voz a muchas conversaciones que he tenido con músicos y no-músicos acerca de un concepto relacionado a las preguntas que nos hemos planteado: se trata del concepto de Covolución, que aborda la colaboración transdisciplinaria en el seno de nuestra conectividad actual. Entonces, como habrán podido notar, no utilizaré jerga académica para abordar este tema; más bien me expresaré en el tono de una conversación cercana y honesta. Es un honor para mi tener la posibilidad de compartir algunas reflexiones acerca de la, Covolución.

Covolución es un neologismo formado por el prefijo “co” (unión, convergencia) -que alude a los verbos conectar, colaborar, compartir- el verbo en latín, volvere (movimiento, cambio, transformación)  y el sufijo, “ción”, que significa acción y efecto.  La Covolución es, pues, un neologismo que comporta una propuesta y promueve la participación organizada y la comunicación constructiva entre nosotros, los ciudadanos que conformamos la sociedad global, para que activamente y de manera conjunta enfrentemos los retos del siglo XXI, que son muchos y complejos.

Espero que esta sea una lectura interesante y reflexiva para ustedes, independientemente de que sean compositores académicos, artistas sonoros o cualquier tipo de persona que tenga una relación creativa con el sonido, y esté tomándose un tiempo para reflexionar acerca de una posición personal -y colectiva- acerca de algunos cambios que pueden ser útiles para el futuro de nuestra música. También es importante que creemos ambientes basados en estas reflexiones, donde las generaciones futuras de compositores tengan siempre la opción de ser exactamente el tipo de compositor que quieres ser, ya como creadores colaborativos, interdisciplinarios, individuos aislados o lo que sea que eligan. COmo en todos los ámbitos de la vida, todo se trata de tener libertad de elección.

EL SOLITARIO Y EL COLABORATIVO

Es bien sabido que los músicos electroacústicos no son ajenos a la creación transdisciplinaria, pues la música electroacústica es una herencia del diálogo entre la música y los avances tecnológicos en el campo de las telecomunicaciones, que devinieron en la creación de los primeros sintetizadores y otras herramientas de dieron pie a la música electrónica. Intrínsecamente, esta herencia conduce a los creadores y compositores a seguir una tradición de colaboración con áreas del conocimiento no musicales, para llevarlas a otro nivel. Lo que ha cambiado, es el alcance y los propósito de estas nuevas interacciones. Ahora estamos entrando en una era donde priva un estado de transdisciplinariedad más significativo y permanente en todos los ámbitos, que influirá profundamente la composición musical y las artes sonoras.

En contraste con la creación musical, que es altamente colaborativa, la composición de música y sonido ha sido tradicionalmente un acto solitario. La mayoría de los compositores que he conocido -incluyéndome entre ellos- habitan su estudio en soledad, buscando mundos sonoros, trazando borradores, construyendo estructuras de sonido, formalizando ideas musicales, encontrando formas de convertirlas en notas, escuchando en silencio, probando software nuevo, leyendo partituras de otros compositores, programando el próximo patch en Max/MSP, o haciendo código en Supercollider, probando una nueva técnica extendida en un instrumento -que la mayoría de las veces no es tocado por los compositores- y toda la gama de actividades y rituales que cada compositor requiere para crear su propia música.

Hasta ahora, estos “solitarios” han creado una gran porción de la música más interesante que hemos conocido en la historia de la música. La aproximación “solitaria” a la creación musical, permite a los artistas del sonido expresar sus propias improntas artísticas, mediante un proceso que oscila entre reflexión constante y accesos creativos; también da a los artistas el espacio creativo idóneo, el que éstos pueden confrontar su fascinación por el material sonoro y sus intereses filosóficos. Muchos compositores -acaso todos- estarán de acuerdo en que una de las más gratificantes experiencias de sus vidas consiste en pasar tiempo solos en su estudio. Se trata de una experiencia en la que los compositores tiene la ventaja adicional de no tener que pedirle opinión alguna a nadie. En este espacio sólo cuenta la opinión del compositor respecto de su música; luego, sólo hay un juez. Los “solitarios” no tienen problema con vivir gran parte de sus vidas en este contexto, en el e que pueden crear una pieza musical detrás de la otra, y no conciben sus existencia sin la soledad que acompaña a la creación musical.

No hay duda de que esta aproximación solitaria funciona en muchos niveles. Como educadores y compositores debemos proteger, en nuestro beneficio y el de los estudiantes, la intimidad de los espacios creativos necesarios para establecer una relación individual con el sonido. Por otra parte, no podemos simplemente ignorar la presencia de la internet, y los nuevos retos que enfrentan nuestras sociedades y organizaciones -tales como las universidades- en este mundo hiperconectado. Las herramientas que tenemos ahora nos dan la oportunidad de compartir nuestro trabajo y crear un terreno fértil donde podemos contribuir a la creación de conocimiento colectivo. En este sentido, Howard Rheingold, considera que, “anteriormente, si queríamos aprehender el universo de una maner distinta, debíamos esperar la aparición de un Aristóteles o un Newton. Pero con la ciencia que se desarrolló con Bacon, Descartes y Galileo, los científicos comenzaron a publicar observaciones breves, pequeñas piezas de información; y la gente comenzó a compilar pequeñas piezas de conocimiento de una manera similar a la Wikipedia”.

La nueva cultura de la creación colectiva, la autoría compartida en el ámbito internacional, y la posibilidad de informar la música yendo más allá de las formas artísticas tradicionales (poesía, danza, cinematografía, etc.) conforme avanzamos hacia campos del conocimiento aparentemente distantes (química, emprendimiento social, neurociencia, etc.) ha abierto la posibilidad de lo colectivo, la cohesión, de las que nace una nueva generación de creadores transdisciplinarios que trascienden el espacio de las salas de concierto tradicionales e incluso el ámbito musical.

Esta larga tradición de aproximación “solitaria” a la composición, comporta -independientemente de sus virtudes mencionadas- una peculiaridad que debemos señalar: el hecho de que genera compositores que -cómo decirlo- quizá no son muy buenos colaboradores. Me hago cargo de que las generalizaciones son arbitrarias, pero he visto, una y otra vez, el modo en que los compositores entienden la colaboración multi, trans e interdisciplinaria. Su interpretación de estos conceptos es la siguiente: “…quisiera “colaborar” con un físico -especializado en acústica- y un programador para explorar la influencia de la resonancia y la convolución en MI pieza para ensamble y live electronics”. Sí, puse en mayúsculas el “MI”, porque la mayoría de las veces cuando un compositor colabora con alguien que no es músico, raramente comparte los créditos con él o ella. En este caso, el compositor quizá menciona y agradece en un programa de mano a quienes le ayudaron; pero no es habitual que se comparta la autoría de una pieza en este tipo de “colaboraciones”. Raramente, los “colaboradores” reciben todo el crédito que merecen o algún otro tipo de retribución -económica, por ejemplo. A esto hay que añadirle el hecho de que, efectivamente, la colaboración real no siempre es fácil.

La noción errónea de “colaboración” que resumimos en el párrafo anterior, suele conducir a los compositores hacia interacciones superficiales, casi siempre esporádicas, con colaboradores provenientes de distintas áreas del conocimiento. En ella realmente no existe un intercambio de conocimiento, ni una relación profunda con los colaboradores, no se crea un valor común, y, naturalmente, no se generan resultados que tomen en consideración a todas las partes involucradas en el proyecto. No hay co-creación o intercambio de ideas, sino dos empresas paralelas, separadas. Los compositores raramente hacen la pregunta clave a sus colaboradores potenciales, por ejemplo, “¿cómo puedo ayudarte en tu proyecto de física?”, o “¿cómo puedo ayudarte a programar mejor software?”, o, mejor áun, “¿cómo podemos crear algo nuevo combinando nuestras habilidades e intereses?”. Parece que la aproximación “solitaria” a la composición nos ha acostumbrado que estar “demasiado cómodos” siendo ayudados por otros, sin ser recíprocos y ayudar efectivamente a los demás.

¿COVOLUCIÓN, UN NUEVO RETO PARA NUESTRO SISTEMA EDUCATIVO?

Como educadores, debemos entender que los cambios generacionales concernientes a nuestros profesores y alumnos están ocurriendo cada vez más rápido. Por ejemplo, nos guste o no, la forma tradicional de componer música en un espacio aislado, choca con una sociedad obsesionada por estar conectada durante las 24 horas. Incluso cuando estamos en nuestros estudios, solos en la intimidad de la creación musical, vemos a las generaciones jóvenes -aun a nosotros mismos- revisando su cuenta de facebook, twitter, whatsapp, y cualquier otra red social que los mantiene en línea, “conectados”. ¿Es triste pero cierto? El hecho es que estar conectado o disponible permanentemente comporta perjuicios con los que estamos bastante familiarizados, especialmente si nacimos antes de 1985. Pero necesitamos entender -no necesariamente aceptar- que las generaciones jóvenes nacieron en el seno de la conectividad y las herramientas asociadas a la misma. Con nuestros dispositivos móviles a la mano, la internet siempre está disponible para compartir información significativa o insignificante.

Actualmente en nuestra sociedad está emergiendo la primera generación de compositores nativos en la internet. Se trata de jóvenes empapados en la capacidad y el espíritu de compartir posibilitados por la World Wide Web, que tiene un impacto extraordinario en sus habilidades. Como declara el profesor, Douglas Thomas, estamos comenzando a ver, “el nacimiento y el crecimiento de lo que podemos llamar “redes de imaginación”. Éstas tienen un atractivo extraordinario para nosotros, porque nos dan una sensación de presencia, de estar con otros. Usualmente tales redes ocurren en tiempo real, y generalmente ocurren alrededor de la resolución de problemas que no pueden ser solucionados de forma individual.”

En este contexto, la noción de autoría está -tímida pero constantemente- siendo cuestionada, y la colaboración entre ámbitos del conocimiento muy distantes entre si promueve el nacimiento de expresiones artísticas nuevas, pertenecientes a una disciplina que aún no ha sido definida, una disciplina que mezcla arte, ciencia, tecnología, filosofía, etc. La web, como plataforma versátil y motivo de una forma de pensamiento, reta permanentemente el núcleo del acto de componer, y nos da una gran oportunidad de repensar la composición individual, la capacidad de co-crear y el rol de la música en nuestro nuevo mundo hiperconectado. Es solamente razonable considerar también el modo en que actualmente enseñamos composición en las universidades, dada la existencia de las prácticas surgidas a partir de la web: la creación del Open Source Software, la Wikipedia, los desarrollos sociales emanados de las redes sociales, la capacidad de compartir archivos peer to peer, la posibilidad de consumir y compartir contenido en línea -de manera gratuita- de un modo ilimitado, la posibilidad de sostener videoconferencias en tiempo real, etc. Como sostiene el profesor Howard Rheingold, “la gente que conecta redes diferente está en una posición de innovar. Y la gente que puede vincular diferentes redes entre si obtiene una gran ventaja, tanto como las redes.”

Los límites estrictos entre distintas disciplinas están desapareciendo. Muchas, o todas, las universidades más prestigiosas del mundo, tienen programas interdisciplinarios y fomentan la búsqueda transdisciplinaria del conocimiento. Algunas instituciones han ido más allá, como el MIT (Massachusetts Institute of Technology) que abrió hace unos meses la primera plaza para un profesor a cargo de un laboratorio dedicado a una “disciplina indefinida”. Los aspirantes a esta plaza debían corresponder al siguiente perfil:

“… Un nuevo tipo de profesor que no está definido por una disciplina, más bien por sus únicos e iconoclastas estilo, puntos de vista y experiencias. Puede ser un diseñador, inventor, científico o académico -cualquier combinación- siempre y cuando haga cosas importantes. El Impacto es la clave.
Esto significa que buscamos a alguien que tenga al menos estas tres características:
1) Ser profundamente versado en un mínimo de dos campos, preferiblemente que no sean campos yuxtapuestos normalmente;
2) Ser un pensador ortogonal y contra-intuitivo, incluso un inadaptado dentro de las estructuras normales;
3) Tener una personalidad audaz, un optimismo sin límites, y el deseo de cambiar el mundo.
Cualquier disciplina se aplica, siempre y cuando su confluencia muestre la promesa de resolver problemas grandes, difíciles, y de largo plazo. Y, lo más importante, los candidatos deben explicar por qué su trabajo en realidad sólo se puede hacer en el Media Lab. Preferimos candidatos que no sean similares a nuestra planta docente existente. Damos la bienvenida a los solicitantes que nunca han considerado la carrera académica. Si usted encaja en el mundo académico típico, este probablemente no es el trabajo para usted “.

Este ejemplo del MIT muestra un cambio de paradigma, en el que se selecciona a los profesores en virtud del impacto que han tenido sus logros, en lugar de sus campos de conocimiento o alcances académicos. La convocatoria es el resultado de los nuevos retos que enfrentamos, mismos que, como todo parece indicar, seguirán creciendo.

IMPLICACIONES DE UN MODELO DE COVOLUCIÓN EN LAS ARTES SONORAS Y LA MÚSICA.
En el arte sonoro y la música, las implicaciones de la creación colectivo y la individual en la era de la Internet, son, por lo menos, inciertas. Nadie tiene una idea absoluta de lo que ocurrirá dentro de diez años. Aparentemente, seguiremos buscando nuevas expresiones sonoras que serán catalogadas como música, arte o algo para lo que todavía no tenemos un nombre. Las formas tradicionales en que realizamos nuestra música se diversificaran en modos sin precedentes. Según los compositores se involucren más con otros campos del conocimiento, cambiarán sus audiencias, formatos y recintos; por tanto, el propósito de la música será más diverso. Un ejemplo de ello consta en la sonificación de datos. Cada vez más, los compositores están empezando a colaborar con los científicos en la exploración del mundo sonoro de los fenómenos naturales. Un buen ejemplo de ello, radica en la obra del compositor Marcus Maeder. Maeder dirige el proyecto de investigación, “Árboles”, que se lleva a cabo en el ICST (Institute for Computer Music and Sound Technology) en colaboración con WSL (Swiss Federal Institute for Forest, Snow and Landscape Research). En este proyecto, se explora la “fito-acústica”, mediante la “sonificación de datos ecofisiológicos”. Maeder explica los beneficios del proyecto en su sitio web: “Podemos entender y clasificar mejor que nunca las reacciones de las plantas a los cambios climáticos, al hacer audible la forma en que los árboles transportan el agua en sus troncos y ramas, y el modo en que la luz solar, la humedad y el viento influyen en este proceso. En el proyecto, ‘Árboles: Haciendo Audibles los Procesos Ecofisiológicos.’, trabajamos en la grabación, análisis y representación de procesos climáticos y eco-fisiológicos; y estudiamos los requerimientos estéticos y acústicos necesarios para hacerlos perceptibles”.

Ahora, ¿esto es música? Por supuesto que sí. No necesariamente se presenta en un teatro, no tiene una forma “fija”, no hay puntuación, no hay un solo autor, pero tiene un nuevo valor artístico y científico, que sólo es posible mediante una estrecha colaboración entre científicos y artistas. El proyecto mencionado ejemplifica claramente un caso en el que la ciencia y el arte se benefician mutuamente, mediante un mecanismo bien distinto de la colaboración unívoca a la que están habituados la mayoría de los compositores actuales.

Así como en el pasado la tecnología de las telecomunicaciones dio luz a la música electrónica, la tecnología de nuestros días puede afectar la forma en que colaboramos para crear música. Actualmente, la exploración de las posibilidades que ofrecen las nuevas herramientas desarrolladas por la industria de los videojuegos, podría permitir a los compositores reconsiderar la autoría colectiva como una posibilidad real. Existen, por supuesto, algunos precedentes de la creación colectiva en la historia de la música, pero, francamente, son escasos. Esto cambiará cuando aumenten la frecuencia y la calidad de las interacciones entre los compositores. La filosofía Open Source o Creative Commons, está borrando la noción según la cual debe haber un solo autor para cada obra. Es probable que podamos ver en nuestra vida, un juego de vídeo utilizado para crear el primer entorno en línea, colectivo e interactivo, donde los compositores -y quizá algunos que no lo sean- de todo el mundo crearán o colaborarán alrededor de cualquier forma de arte sonoro o tarea interdisciplinaria. Hasta ahora, las herramientas están ahí, pero la cultura de colaboración aún no se afianza.

Con las herramientas y la cultura adecuada, pueden surgir grupos creativos o “bandas” de compositores. Como resultado de ello tendremos una cantidad cada vez mayor de expresiones del arte digital, resultantes de una colectividad colaboradora. Es en este punto donde podrá verificarse un cambio de paradigma en el modo en que los compositores colaboran. Dado que los foros en línea son generalmente espacios inclusivos, donde la gente de todo el mundo puede interesarse en participar, estos grupos comenzarán a colaborar de una manera que no hemos visto hasta ahora, planteándose alcances y objetivos más allá de la creación musical. Si esta prospección se convierte en realidad, veremos el comienzo de las primeras comunidades autónomas y transdisciplinarias reales. Para que tales fenómenos puedan ocurrir, es indispensable que nuestras nuevas herramientas y tecnologías se enriquezcan mediante la acción conjunta con otras áreas del conocimiento. Es decir, será necesario que la música adopte un enfoque sinéctico de la creación. Según la definición de William J.J. Gordon, “la Sinéctica es un enfoque para resolver problemas, basado ​​en el pensamiento creativo de un grupo de personas provenientes de diferentes áreas de conocimiento. Esta técnica proporciona un enfoque sistemático conducente a una nueva forma de pensar y crear, que abre una puerta nueva al utilizar características artísticas para mejorar otras áreas del conocimiento.”

Conceptos como la Sinéctica, de Gordon, o el, Artscience, de David Edward, se extenderán hasta formar parte de nuestras prácticas comunes en el futuro. La cuestión es saber cómo reaccionarán los compositores ante estas nociones de la colectividad: ¿se aislarán en la búsqueda de su voz como compositores individuales?, o procurarán involucrarse con comunidades más amplias para aprovechar la contribución de sus talentos, y sus habilidades únicas como compositores entrenados, y conformarán comunidades más amplias con el fin de ayudar a resolver problemas sociales como la pobreza, el acceso desigual a las oportunidades, o la ausencia de una cura para una enfermedad neurológica, etc.

Dado nuestro contexto presente, surge una pregunta inevitable: ¿somos serios respecto de la colaboración transdisciplinaria? Desafortunadamente, he visto que en la mayoría de las universidades la colaboración transdisciplinaria existe solamente en el discurso de los decanos. En dichas instituciones vemos espacios para trabajar en conjunto mal utilizados, que, sin embargo tienen un lugar destacado en los folletos que publicitan las cualidades de las instituciones que los hospedan. La realidad es que nos encontramos apenas en el principio de una transición que nos llevará del individualismo al colectivismo. Aún hoy, la mayoría de los estímulos en la academia -y casi en cualquier otro espacio institucional- privilegian los logros individuales. Si queremos tener programas colaborativos reales, necesitamos integrarlos seriamente a los programas de educación básica. La colaboración es muy compleja, precisa disciplina y entornos donde florezcan realmente las relaciones. Puesto en palabras simples: la colaboración necesita tiempo. Hoy, si un grupo de estudiantes de diferentes departamentos tienen un proyecto en común, es muy probable que se equivoquen durante el proceso de trabajo, y deban volver atrás para hacer individualmente el trabajo relacionado a su campo de conocimiento.

LAS IMPLICACIONES SOCIALES DE LA COVOLUCIÓN

Como mencionamos antes, el trabajo individual y el desarrollo de una disciplina específica siempre será una parte clave de la educación. Sin embargo, el estado actual de nuestra sociedad exige un sistema académico flexible, que permita a los individuos desarrollar la capacidad de elegir libremente el enfoque de trabajo que adoptarán: el “solitario” y / o el colaborativo. Considerando el ritmo en el que se mueve el mundo, tenemos que proporcionar una educación que permita a los compositores -o a cualquier estudiante- ser capaces de convertirse en “colaboradores autodidactas”, en personas que gozan la independencia durante el trabajo y el aprendizaje. Idealmente, este autodidacta de la colaboración podría crear experiencias musicales personales, honestas y únicas, pero también podrá ser parte de un esfuerzo colectivo, que vaya más allá de la música, más allá de sus áreas de especialización. Como educadores tenemos que proporcionar los conocimientos necesarios, los valores y el estímulo para formar “hacedores” valientes.

El enfoque referido está propiciando una nueva generación de estudiantes versátiles, con muchos intereses diferentes y un espíritu emprendedor. La palabra emprendedurismo asusta a muchos miembros de la comunidad artística, fuera y dentro de la academia, asusta a muchos ambientes académicos artística, porque la asocian con el capitalismo y el ánimo de lucro. Al respecto creo que debemos cuidar la calidad y la integridad artística a toda costa y, por otro lado, entiendo que el emprendedor es, más bien, un hacedor, un fabricante y un motor. El que emprende es una persona que toma riesgos, se esfuerza por perseguir un objetivo, cuestiona el status quo, y actúa en virtud de sus sueños e ideas. Y ese es el tipo de estudiantes que deberían graduarse en nuestras universidades. En ese sentido, creo que deberíamos empezar a pensar en la creación de la próxima generación de los “hacedores”: compositores que se han comprometido consigo mismos y sus comunidades, locales o globales; compositores que defienden su soledad para crear, y también están dispuestos a contribuir para el bien común.

Además, hay algunos compositores que aman la soledad tanto como el compañerismo y la colectividad. Yo pertenezco a este grupo, pues, si bien aprecio en gran medida el enfoque “solitario”, creo que el futuro de la música lleva la impronta de la colaboración por todas partes. Los encuentros comunitarios con expertos en campos diferentes de la música, pueden ser cruciales para permitir a los compositores explorar nuevos mundos sonoros, estrategias de composición y procesos creativos que trascienden el ámbito tradicional de su música. Durante los últimos cincuenta años, la colaboración transdisciplinaria ha sido el núcleo de muchos procesos creativos empleados por diferentes compositores. Éstos han combinado de forma natural y sin esfuerzo, períodos de soledad con períodos de fuerte colaboración. Para ellos han sido de gran ayuda e inspiración, los diálogos interactivos-creativos con personas que poseen un conjunto diferente de habilidades y conocimientos. Cuando estas colaboraciones propician relaciones honestas y profundas, los compositores empiezan a trabajar en proyectos cuyo resultado final no es necesaria o exclusivamente musical. Cuando una colaboración real ocurre, surgen proyectos que van más allá de la música, auténticos emprendimientos que se benefician del pensamiento, la sensibilidad, la intuición y la creatividad musical para lograr objetivos comunes, tales como la generación de programas sociales o de nuevas oportunidades para los países en desarrollo. En este tipo de proyectos el resultado no es la música, aunque el pensamiento musical se infunde en ellos. Recordemos en este punto las palabras de Luigi Nono: “La música no es solamente composición u oficio, la música es pensamiento.”

Gracias a los enfoques colaborativos evitamos el aislamiento, y ampliamos el alcance de nuestras capacidades profesionales. Algunos ejemplos de proyectos maravillosos, que conectan a personas con objetivos similares y disciplinas distantes, nos han permitido tomar conciencia de que la colaboración transdisciplinaria es una poderosa herramienta intelectual para producir resultados inesperados, innovación y cambio social. Además, estas interacciones permiten la co-producción de conocimiento, y aumentan las posibilidades de participación y retroalimentación ágil conducente a la creación de un producto final, trátese, por ejemplo, de una pieza de musical o un programa social para reducir la delincuencia.

Ahora, pensemos en lo que puede ocurrir si empleamos la colaboración transdisciplinaria para un fin distinto de la creación musical, y el trabajo con profesionales especializados. ¿Que ocurriría si el sonido pudiese tender un puente hacia una población vulnerable, que podría tener acceso a mejores oportunidades a través del contacto con las artes sonoras? Un grupo de amigos y yo nos planteamos esta pregunta, y la respondimos a través de la creación del programa, “Manos al Sonido”. Éste nos ha permitido verificar que el pensamiento musical puede utilizarse con propósitos que están fuera de los formatos de la música tradicional. El programa consiste en una serie de talleres en los que pedimos a artistas del sonido y la comunicación unirse alrededor de un objetivo común: enseñar a niños, provenientes de orfanatos, a diseñar los sonidos que escuchan en sus películas favoritas. Durante los talleres elegimos fragmentos de sus películas favoritas, y comenzamos preguntándoles cómo se imaginan que fueron hechos esos sonidos. Luego, los niños usan utensilios de cocina, basura, papel, sus propios cuerpos, voces, y lo que tienen a la mano para crear sonidos incidentales, como los artistas de foley. Tan pronto ellos producen los sonidos principales, les explicamos cómo editarlos y procesarlos con el software y las herramientas digitales -todas familiares para los compositores- para crear un nuevo diseño de sonido en la película que han elegido. Por último, grabamos los diálogos con las voces de los niños, y al final del taller tenemos una agradable presentación pública en el barrio -normalmente en la calle- donde invitamos a los vecinos, para que presencien lo maravilloso que son estos niños y lo mucho que necesitan nuestro apoyo como miembros de nuestra sociedad.

Estos talleres no sólo tienen el propósito de traer alegría, diversión y compañerismo a los niños, también son un vehículo para darles a conocer las herramientas y la tecnologías digitales en una manera creativa. Con ello, los niños se divierten, tienen una experiencia completamente diferente, y evitan aburrirse por la rutina y la ausencia de una familia normal establecido . Después de estos talleres, los niños son mucho más sensibles al sonido y las herramientas digitales, y adquieren nuevos estímulos para su curiosidad. Ahora estamos trabajando para dar continuidad a este taller inicial, y preparar a jóvenes artistas y comunicólogos para que para reproduzcan talleres similares en todo México, América Latina y otros lugares. Pero para que esto suceda, necesitamos una comunidad y, como mencionamos antes, nuestra generación no está acostumbrada a crear comunidades fuertes y reales. Nuestro objetivo con estos talleres es llevar alegría y fomentar el uso de herramientas para crear y expresar ideas e inquietudes propias a través de la tecnología digital; también nos interesa facilitar el acceso a nuevas y emocionantes oportunidades que los niños no hayan experimentado antes de integrarse a los talleres. Además, la mirada en el rostro de un niño cuando escucha profundamente el mundo, es una recompensa increíble. Por otra parte, el programa es una manera de fomentar el aprendizaje, mantener a los niños fuera de las calles y mostrarles las futuras oportunidades de trabajo que probablemente nunca habrían considerado antes, como convertirse en técnicos de teatro, artistas digitales, directores de cine, etc. A pesar de que el pensamiento musical se invirtió en este programa, el resultado carece de autoría individual y trasciende los alcances tradicionales de la música. En el futuro “Manos al Sonido” permitirá a los músicos para perseguir objetivos comunes con sociólogos, psicólogos, el gobierno y la sociedad en general. Intersecciones similares ocurrirán más y más a menudo, cuestionando la esencia misma de la creación musical.

EL RETO DE LA COVOLUCIÓN

En los últimos veinte años, vemos cada vez más la creación artística basada en la solidaridad, la empatía y un propósito colectivo, en lugar de las motivaciones individuales que impulsan al ego. El uso de la música para lograr objetivos más allá de la música, es una tendencia que está creciendo sorprendentemente -lenta pero segura- aun en la sociedad egoísta que priva en el mundo moderno. La popularidad de los enfoques transdisciplinarios genera una pregunta constante, “¿cómo pueden los otros campos del saber informar a la música?”, y crea una inquietud seria acerca de otra cuestión, “¿cómo puede la música informar a otros campos del conocimiento?”. Aquí es donde la creación musical se integra en un espectro más amplio de posibilidades, públicos, recintos, resultados, efectos y actores involucrados en la producción de la música o de colaboraciones transdisciplinarias que incluyen a la música.

Independientemente de las ventajas que presenta la integración de la música en algunos de los principales problemas del mundo, hay, por supuesto, varios desafíos que los compositores deberán enfrentar. Cada creador tendrá que decidir cómo se integrará -o no- en un movimiento global de interconexión, y el papel que su música tendrá en él.

Ahora, ¿realmente consideramos en serio el papel de la colaboración transdisciplinaria en nuestras instituciones educativas? Las expresiones compuestas: colaboración multidisciplinar, interdisciplinar y transdisciplinar son ahora un rumor que aparece en discursos, folletos, gobiernos, empresas, organizaciones en general, y en la mayoría de las mejores universidades del mundo. No importa si dichas colaboraciones realmente se llevan a cabo o no, lo que importa es que hablamos de ellos porque es algo que todos deseamos -¿cierto?. Pero, ¿la colaboración ocurre efectivamente? Debemos entender que, como explica Alfred Birkegaard, “La colaboración interdisciplinaria es central para el futuro, para crear soluciones basadas en el conocimiento. Cualquiera que elabore un sistema demasiado insular, crea una receta para hacerse obsoleto. En el ámbito de la investigación, los incentivos que tenemos son francamente perversos. Están hechos para desalentar a la gente y evitar que comuniquen efectivamente la investigación que llevan a cabo”.

Los cambios acelerados en la tecnología afectarán continuamente el curso de acción de los compositores. En este sentido, una de las pocas certezas que tenemos es que la web continuará moviéndose hacia un entorno más creativo y colaborativo. Queda en los compositores desarrollar la capacidad y la voluntad para adaptarse a los cambios, y construir las herramientas en línea necesarias para construir puentes entre compositores y profesionales de otras disciplinas. La curiosidad hacia el otro, la humildad y tolerancia al trabajo en equipo darán un nivel diferente a la creación musical. Sólo el tiempo dirá si esto es mejor o peor. En cualquier caso, confío en que la inclusión de otros campos del conocimiento en la música y el sonido, creará una forma más atractiva y socialmente comprometida de arte. Conforme este proceso se afiance, podremos comprender mejor por qué los “hacedores” y “emprendedores” surgidos de la transdisciplinariedad, tienen la necesidad de crear sin limitaciones disciplinarias. El futuro nos espera con infinitas formas de expresión por descubrir. Seguramente habrá peligros y errores durante este camino de constante cambio; no obstante, vale la pena correr el riesgo dadas las posibilidades potenciales.

Por último, este artículo tiene la intención de abrir debates, recabar más preguntas que respuestas y crear un punto de partida para muchas conversaciones sobre el sonido, la música y el mundo en que vivimos.

Dr. Edgar Barroso
Twitter: @edgarbarroso
Facebook Page: Edgar Barroso (Community)

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