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Desde hace 14 años tengo una pareja nacida en Austria: La Ulla, mi esposa. Ulla habla un español casi perfecto; que digo español, mexicano. Domina todas las variaciones del “no mames wey”, el famoso “órale” y el “ahorita” mexicano. Que les puedo decir: Es un amor.
Sin embargo, el hecho de que Ulla hable tan bien español ha provocado que yo no practique el alemán en casa y en adición con un sin fin de pretextos cobardes, nunca me he esforzado por hablar decentemente esta lengua. (A algo o a alguien hay que echarle la culpa).
Siempre pensé que cuando viviera en Suiza iba a aprenderlo como por “ósmosis”, pero a mis 39, esas cosas ya no pasan.
Nunca he sido particularmente malo o bueno para los idiomas, aunque he logrado hablar y escribir decentemente inglés. Por ello me ocurren cosas simpáticas: escribo mejor en inglés que en español, y de repente se me mezclan un poco las lenguas; no por payaso sino porque no me da el cerebro para separarlas completamente. Por eso a veces “pocheo”.
Y últimamente no sólo pocheo, también “alemaneo”. Y es que algo cambió en mi necesidad de aprender alemán: todo parece indicar que Ulla y yo estaremos más tiempo en Suiza, en el futuro. Lo que quiere decir que eventualmente -no ahorita- ella y yo tendremos familia, propia o adoptada, en Zurich.
La perspectiva de que mis propios hijos o hijas hablen un idioma que no hablo medianamente bien, me hizo sentir flojo: como un ejemplo de mediocridad que no quisiera comunicar a mis hij@s.
Entonces, Ulla y yo decidimos hablar sólo en alemán durante el mes de agosto. Tampoco estoy en la calle de la amargura. Hace 7 años tomé un par de cursos de alemán, y si le quito las telarañas, poco a poco sale mi vocabulario torpe y empolvado, pero que me permite pedir de comer, tomar un tren y sacar una que otra sonrisa cuando hablo algunas frases jocosas con alemanes, austriacos o suizos, cuando estoy en México.
Los primeros cuatro días de este cambio de idioma fueron difíciles. Primero, porque en alemán tengo el vocabulario de un niño de 4 años, que apenas me permite expresarme en primera persona: “yo voy a la ducha”, “yo voy a lavar”, “yo voy a comer”. Y cuando describo cosas: “es bonito”, “es feo”, “me gusta”, etc. Para enunciar necesidades muy básicas: “tengo hambre”, “quiero esto”, “¿podrías lo otro?”, etc. Pobre Ulla. Imagínenla sentada frente a mi cenando, escuchando mi conversación en pequeñas frases con sujeto y predicado puestos en algún lugar, con los casos acusativos y dativos asignados de manera aleatoria y con todo mi cuerpo tratando de complementar mis conjugaciones deficientes, para aclarar si hablé en presente, pasado o futuro.
Y no sólo eso: cuando ella me contestaba a veces yo no entendía, por lo que recurría a un infalible método llamado: “haz como que sí entendiste, aunque no has entendido ‘ni papa’”. ¿Lo han aplicado? Es así: cuando te dicen algo en otro idioma pero te da pena decir que no entendiste, asientes de manera compulsiva con una sonrisa permanente y forzada, para que tu interlocutor sepa que si bien no lo entendiste, estás inequívocamente “de acuerdo”.
Es horrible, porque Ulla no está segura de si entendí o no, y ello corta el flujo de comunicación. Para mi todo esto se volvía muy frustrante, por una razón: en cuanto empiezas a notar tus errores, empiezas a juzgarte y a sentirte un idiota. Y ahí, justo ahí, entra tu ego como una voz canija que te habla al oído y te susurra frases de Juan Gabriel (que en paz descanse): “Pero qué necesidad, para qué tanto problema…”.
En otras palabras, mi ego decía: “puedo hablar perfecto español y un inglés bastante decente. Mejor hablamos como siempre, ya habrá otro momento para aprender alemán, de cualquier manera aquí todo el mundo habla inglés.” Esa es la voz que nos inhibe de aprender lo nuevo, o de mejorar en algo en lo que somos malos.
Hacerle caso es uno de los errores más graves que cometemos al aprender idiomas y tantas otras cosas más: es rendirse al miedo a ser percibido considerablemente más torpe y tonto de lo que uno cree que es. Por eso pensé: Ulla ya se casó conmigo -es decir, ya se fregó- y a ella le interesa que podamos comunicarnos en alemán cuando estamos en la intimidad de nuestra casa; en cierta manera -pensaba- es su “culpa” que yo tenga que aprender alemán. Fueron reflexiones oscuras, lo sé, pero, ¿qué quieren que les diga?, así fue como pasó: esas fueron las motivaciones que nos hicieron mantener nuestra palabra y el acuerdo de seguir hablando alemán.
Estas fueron algunas de las cosas que aprendí durante estas cuatro semanas:
1) Alemán:
Es increíble el progreso que tuve simplemente al cambiar mi actitud y enfocarme en comunicar con lo que tenía, sin pretextos, escuchando y “robando” palabras y expresiones de Ulla. Sentí que me conecté con una parte de mi infancia, como un recuerdo lejano de cómo aprendí a hablar español, escuchando, tratando de comunicar y repitiendo. Poco a poco, tu cerebro empieza a “aceptar” que hablas alemán y pareciera que se relaja, y empieza a “pensar” en ese idioma. Estoy convencido de que es indispensable aprender algo de gramática cuando quieres adoptar un idioma, pero lo que realmente te hace aprenderlo es el gozo -o la necesidad- de comunicarte con alguien. Avancé más en este mes, que en cualquier curso intensivo de alemán.
2) Que el cerebro humano es increíble:
A mis 39 años, con la actitud adecuada y quitando la presión de hablar “bien”, el cerebro “todavía jala bastante bien”. No igual que antes, pero tampoco tan mal. A veces ponemos como pretexto a la edad o la falta de tiempo, para no aprender un idioma nuevo; pero si hablamos la neta el obstáculo es, más bien, una cuestión de apatía y no de tiempo y capacidad. No nos hagamos guajes. La clave en el aprendizaje de un idioma nuevo radica en no darle al cerebro la opción de regresar al español; debemos borrar esta alternativa de la mente. En cuanto hice ésto, mi cerebrito encontró, de manera inconsciente, el modo de darle sentido a la gramática, los tiempos, el vocabulario, y los artefactos que son necesarios para mejorar significativamente mi capacidad de comunicarme en alemán. ¿Cómo le hice? Ni idea. Es un misterio hermoso: pareciera que estamos diseñados para aprender mejor, si dejamos que el cerebro aprenda sin “obligarlo” a aprender. Qué distinta sería la educación si entendiéramos este principio.
3) Hablar perfecto no es la meta:
Cuando aprendes un idioma hay que enfocarse en la comunicación y no en la perfección. El alemán es un idioma lleno de reglas: tiene tres géneros (masculino, femenino y neutro) y cuatro casos (nominativo, genetivo, acusativo y dativo), entre otras cosas que son distintas de nuestro idioma, por lo que las posibilidades de cometer un error son muy altas. Pero Ulla me hizo ver que los errores que cometes intentando hablar un idioma, dan pie a risas, anécdotas y recuerdos, que ayudan a lo más importante: establecer una conexión humana. Un día le dije que “yo era un edificio”, cuando quise decir que “yo era un constructor”. Ahora me echa carrilla y me dice: Edgar “el Edificio”. Tampoco es un concurso, y nadie que te aprecie espera que hables perfecto de buenas a primeras; más aún, a nadie le importa. Así que tranquilos.
4) Aprender un idioma nuevo te ayuda a escuchar:
Escuchar, por razones obvias, me encanta. En este mes escuché a Ulla como nunca. Para entenderle -lo más posible- entraba en un estado de escucha profunda: trataba de oír su pronunciación, su “fraseo”, sus inflexiones, el tono, y entre más la escuchaba, más fácil me parecía repetir o copiar lo que decía. Luego de dos semanas de escucharla, me di cuenta que Ulla producía frases perfectas que me podía piratear y reutilizar para construir mis propias ideas en el imaginario del otro. Fue como si el lenguaje de Ulla fuera un “código abierto y gratuito”, listo para ser copiado y adaptado en mi propia comunicación. Por eso es tan valioso hablar con personas que hablan el idioma con fluidez, porque aprendes simplemente copiando y repitiendo.
5) El vocabulario se vive, no se memoriza:
Todos nos hemos enfrentado a estas listas infinitas de vocabulario para pasar un exámen en la escuela. Pero cuando tu meta no es pasar un exámen, sino aprender a comunicar, lo importante es que las nuevas palabras sean parte de tu entorno: cosas, emociones e ideas que necesitas, que quieres, que te interesan. Cuando conectas tu entorno con el vocabulario que realmente necesitas, lo primero que pasa es que te das cuenta de que no necesitas aprender tantas palabras, sino sólo las necesarias, y que el tiempo y tu curiosidad se van a encargar de construir e incrementar tu vocabulario. La gramática y el vocabulario facilitan el aprendizaje de un idioma -son, literalmente, como la sintaxis en software- pero si no les damos contexto, nunca los incorporamos a nuestra comunicación, y nos la pasamos queriendo recordar en tiempo real lo que aprendimos en un libro. Cuando esto ocurre, hacemos la típica cara de: “¿cómo se decía?”. En ese punto, ya perdimos la comunicación. Así que vale más priorizar el vocabulario inmediato, e incorporar palabras nuevas poco a poco.
6) Hay que leer aunque no entiendas todo:
Empecé a leer en alemán un libro de Isaac Asimov, “Ich, der Robot”. Me sabía aproximadamente el 50% del vocabulario, pero empecé a detectar patrones en la construcción del lenguaje; leí cómo el autor da contexto, identifiqué palabras y expresiones que aparecen mucho y cuáles no, y poco a poco la gramática empezó a tener más sentido. De nuevo, aprendí más gramática al no aprender gramática conscientemente, sino dejando que el cerebro empezara a formar un criterio respecto de lo que “suena bien” y lo que no. Al principio tenía un diccionario a mi lado y buscaba en él cada palabra que no entendía. Error. Fue mucho mejor seguir, “sentir” el flujo de las palabras, deteniéndome lo menos posible, buscando sólo algunas palabras que aparecían constantemente; no buscaba todas porque la interrupción constante quita el gozo y, de nuevo, sin gozo no se puede aprender y se le abre la puerta a la voz canija del ego. Y ahí sí, ya valió.
7) Aprender un idioma inspira a los demás:
Cuatro veces me pasó en este mes, que cuando platicaba en alemán con alguien, la gente me decía: “debería de retomar mis clases de francés” (o alemán o ruso). Cuando la gente ve que no te importa cometer errores y que estás dispuesto a hacer un esfuerzo, sin importar lo que los demás piensen de ti, de alguna manera se inspiran para retomar algún idioma u otra cosa que siempre han querido aprender.
8) No hay pretextos para no aprenderlo:
Esto es precisamente lo que más me asusta de no hablar decentemente alemán cuando tenga hij@(s). ¿Qué pretextos les daría? ¿Que me dio flojera y no tengo tiempo y por eso no aprendí? ¿Que ya estoy viejo para aprender cosas nuevas? ¿Que me da pena y es muy difícil y por eso mejor no hacer nada? ¿Que si no haces algo perfecto es mejor no intentarlo? ¿Que nos da miedo lo que las demás personas piensan de nosotros? Mangos. Quiero que sepan que aunque estoy medio menso y “ruquillo”, y definitivamente me da pena cometer tantos errores, sé que en el fondo así, justamente así es como aprendemos todos los humanos. En este mes me di cuenta de esto: es mil veces más importante -para mi- mandar el mensaje que no hay ninguna vergüenza en querer aprender algo nuevo e importante en nuestras vidas, que aprender alemán. Que aunque seas malo al principio, con trabajo y dedicación puedes aprender, independientemente del grado de perfección o dificultad, nuestra edad y talento. Quiero que nunca tengan miedo a tomar riesgos, y que les importe un comino lo que digan los demás.
Pero sobre todas las cosas, quiero comunicar el gozo inherente que existe en el acto de aprender. Esas cosquillas de satisfacción de poder aprender algo que hace más significativa nuestra vida. Eso que nos conecta con los demás, como los idiomas. Ese es uno de los mejores regalos que les puedes dejar a las personas que quieres.
Me falta mucho alemán por aprender, pero en este mes, entendí mejor este proverbio budista:
“No importa que tan lento vas, lo que importa es que nunca te detengas.”
Por todo esto, creo que todo mundo debería de aprender un idioma, aunque sea solamente para divertirse y/o enfrentarse a sus demonios. En cualquiera de los dos aprendemos de nosotros mismos. Además, quien sabe las puertas que se abrirán y personas que conocerás si lo intentas. Finalmente, Ulla y yo nos conocimos en un curso de español que ella estaba tomando en España.
@edgarbarroso
Estimado Edgar,
Desde hace poco que soy seguidor tuyo; primeramente porque mi jefe me “presentó” contigo enseñándome videos de tus conferencias y últimamente por convicción. Aunque debo admitir que hoy, por pura casualidad, es que he llegado hasta ésta publicación tuya, con la cual me identifiqué mucho por cierto. Al igual que tú, hablo español y tengo un buen nivel de inglés. Hace un año viví en Rusia, allá me enamoré de una chica de la cual me hice novio. Ella, al igual que Ulla, no habla español, sino un perfecto “mexicano”. Tuve mucha suerte en ese sentido, estuvimos muy enamorados. Siempre quise aprender ruso y de hecho eso fue lo que hice allá: estudiar ruso. Pero al igual que tú, con ella hablando español pues no tuve la “necesidad” de hablar ruso, al menos no mientras que ella estuviese cerca. Ella me ayudó mucho en el idioma, además, siempre le eché ganas y destaqué en mi grupo frente a mis demás compañeros que también estudiaban el idioma, pero habría aprendido mas si hubiese hecho lo que tú nos relatas. Hoy, por cuesitiones de la vida, nos encontramos separados; yo en México y ella en Rusia. A pesar del miedo que tengo de no volverla a ver nunca más, me sigo preparando en el ruso, un idioma que me llenó de curiosidad desde hace ya algunos años, pero que hoy por hoy quiero perfeccionar por eso que tu nombraste: es algo que hace mas significativa mi vida y es el regalo que le quiero dar a ella que tanto amo. Por si fuera poco, ella ya me sentenció y me dijo “Tú no tienes el derecho de dejar de aprender éste idioma”. Tengo 1/4 de siglo de vida (creo que así se escucha mejor, dándole el valor que significan para mi esos 25 años) y día tras día trato de estudiar o aunque sea tener una breve lectura para avanzar un poco en el idioma o ver alguna serie en ruso. Pero sé que debo esforzarme más. Espero tanto que ese idioma me abra las puertas, pero lo que mas quiero en realidad, es que me lleve de vuelta con ella.
Hola, entre a tu perfil hoy para mandarte un mensaje de otro tema y me encontré con esto que tu manera tan especial de invitar me dio curiosidad. También leí el comentario anterior y todo se entrelaza. Ahí va mi historia: Toda mi educación la hice en escuelas publicas donde siento que aproveché todo el inglés que me enseñaron, tal vez con el aliciente de que mi padre fue maestro de inglés, nunca intentó enseñarnos, pero nos hablaba frases o palabras, el fue bracero en Estados Unidos en los 30¨s y lo aprendió por necesidad y luego lo perfeccionó en la escuela. Mi aprendizaje hogareño terminó con el divorcio de mis padres a los 12 años, luego tuve una buena maestra en la secundaria, recuerdo una tarea de escoger una canción y traducirla, luego para una presentación llevé mi grabadora para que me grabara lo que me tocaba decir y hasta la fecha (después de 40 años) aún recuerdo parte del texto. Tuve la suerte de que me pagaren clases en el Anglo-Mexicano de Cultura, pero siempre me dio miedo hablarlo. Al entrar a la UNAM para mi carrera eran obligatorios 6 semestres de inglés nos hicieron examen oral para la colocación de nivel ¡en un auditorio! ¡frente a todos los que lo presentaban! pero me aguante la pena y ¡quedé en el nivel 6! donde mas que teoría fue práctica. Mi primera practica en el campo fue en un viaje a Orlando con mi hermano y mi cuñada que habían estudiado el Doctorado en Huston así que no tenía necesidad, pero si interés, pensé, si los gringos que vienen a México hablan tan mal el español y no les da pena, pues yo igual el inglés y entonces e atreví a hablarlo lo mas que pude y me di a entender y si no entendía solo decía: more slowly please. Eso fue con el Inglés. Ahora mi historia con el ruso: No se quien me dio la idea de que en lugar de fiesta de 15 años podía pedir un viaje, con gran esfuerzo de mis padres y la suerte de que una amiga de la familia viajaba a la Unión Sovi{etica, se dio que llegara hasta el otro lado del océano. Con los ojos lo mas abiertos que pude absorví todo lo que pude desde que salí allá leyedo letreros en inglés y ruso hice la asociación de letras (con eso es muy similar al español) y era divertídísimo descifrar todo lo que podía leer. Ahora mi historia con el Alemán: Una prima se fue a estudiar la Universidad a la Unión Soviética, se enamoró de un alemán y terminó viviendo en Alemania (antes de la caída el Muro) vino hace unos días con sus hijos adolecentes para que conocieran su cultura, sus raíces y su familia. Los niños no se atrevieron a hablar ni pizca pero el mayor corregía a mi prima lo que nos platicaba en español por lo que supongo que entendía todo. Ella dijo que de regreso sólo les iba a hablar en español en su casa. Teniendo un lugar a donde llegar en Alemania tal vez hasta yo me anime a aprender algo de alemán o a perfeccionar mi inglés. Por último, tocando otra vez el tema que se puede aprender mejor divirtiéndose, yo tengo la tele prendida siempre y siempre estoy haciendo otra cosa, la mayoría programas en inglés que siento llevan la pronunciación a mi subconsciente, pero desde hace mas o menos dos años tenemos un problema que nos aqueja a la población de habla hispana: le están haciendo un horrible doblaje a todo, solo pagando HD algunos se pueden seguir escuchando idioma original y tener subtítulos (que para mi y mucha gente son indispensables por tener problemas de audición) ya hemos intentado de todo para poder volver a escuchar todo en su idioma original.