Pintura: Olga Simonova.
A lo largo de la historia, artes y ciencias han sido separadas arbitrariamente en épocas distintas. Se diría que han sufrido alejamientos dolorosos, semejantes a los que padecieron Romeo y Julieta en la tragedia de Shakespeare. Por ejemplo, hubo momentos de la Antigüedad Clásica y la Edad Media en que la separación pareció definitiva, toda vez que el conocimiento técnico era asociado a la realización de tareas inferiores, y el arte se relacionaba exclusivamente a expresiones contemplativas u ornamentales. Afortunadamente, en nuestros días tales distancias se han desvanecido, y la unión productiva entre proyectos artísticos y científicos es cotidiana y cada vez más provechosa e interesante.
Comencemos recordando que las artes y las ciencias tuvieron el mismo origen: una base sobre la que fueron construidos los productos de la mente y la emoción humana. Nuestros ancestros no las distanciaron, en cambio, entendieron que las mejores obras del ser humano contenían cualidades representativas de lo bueno, lo bello, lo útil y lo verdadero. Estos elementos constan en la tecnología que sirvió para crear las vasijas que hoy encontramos en yacimientos prehistóricos, o en la que permitió a los antiguos egipcios construir las pirámides que admiramos en el Cairo. Y es que en el desarrollo de las actividades artísticas y científicas existen intereses comunes en la forma, la estructura y la función de las cosas. En ellas no encontramos una división natural de lo estético y lo funcional, pues ambos conceptos inciden en la búsqueda de metodologías y técnicas que nos ayudan a representar y comprender el funcionamiento de las cosas que conforman el mundo que nos rodea.
A las dos les interesa la forma, la estructura y la función de las cosas. Las dos están motivadas por las preguntas más fundamentales de la vida, las relaciones entre los diferentes elementos que conforman nuestro entorno, la evolución de sistemas, metodologías y técnicas. Las dos son experimentadoras incansables del mundo externo e interno que nos constituye como como entes individuales, colectivos y globales.
Las artes y las ciencias se necesitan, se complementan y se potencializan, juntas son una parte esencial de nuestro entendimiento del mundo, nos ayudan a dar propósito y significado a nuestras vidas y nuestras civilizaciones. Representan a nuestros dos hemisferios cerebrales trabajando en colaboración altamente participativa e hiperconectada. Poco a poco empezamos a entender que esta división es innecesaria y empezamos a tener maestrías en “Arte Digital” o maestrías en “Tecnología del Sonido y la Música”. Aunque tímidamente, estos esfuerzos interdisciplinares se empiezan a dar más y más por el creciente potencial que tiene cuando un programa educativo reúne a estos dos amantes. No obstante, aún hay obstáculos para que el arte se vincule a la ciencia y responda a la necesidad de procurar ciudadanos educados con la capacidad de innovar de manera científica y simultáneamente fomentar el pensamiento creativo en beneficio de sus prójimos y su entorno.
Las barreras que ocasionalmente separan al arte de la ciencia, como las familias de los Capuleto y los Montesco que separaron a Romeo y Julieta, se verifican en ámbitos francamente insospechados: a menudo encontramos dichos obstáculos en el seno de instituciones educativas, o en portales que difunden la educación científica o la formación artística. Frecuentemente este fenómeno ha obedecido al hecho de que se ha creado un lenguaje críptico e intimidante -aparentemente muy preciso y especializado- para difundir las ciencias. Con ello, hemos hecho ver a los estudiantes que las ciencias son difíciles y que las artes no sirven para nada. Grave error.
Aisladas entre sí las artes y las ciencias se debilitan al rechazar su naturaleza complementaria. Y una sociedad en la que éstas no interactúan, rechaza la capacidad creativa de los individuos que la forman, y la posibilidad de solucionar los problemas que enfrenta. Consideremos que en el mundo actual, la demanda de ingenieros creativos y artistas transdisciplinarios va en franco aumento, tanto como la necesidad de un sistema educativo donde se integren las artes, las ciencias y la tecnología. No es casual que Albert Einstein dijera que, “los mejores científicos también son artistas”. Y no se equivocaba: las ciencias se enseñan mejor a través de la creatividad, y las artes se enseñan mejor a través de las ciencias; y la correspondencia entre ambas expone siempre nuevos horizontes y soluciones.
En este punto podemos comprender que el aprendizaje contínuo de disciplinas artísticas y científicas es indispensable, pues las primeras siempre comportan la adquisición de hábitos que fomentan el uso de la imaginación y la creatividad, mientras las segundas implican el desarrollo de nuestra capacidad analítica y la observación racional. Luego, ¿que pasaría si procuramos que se unan estos amantes sin que les estorben los prejuicios de sus estirpes?
La exposición a metodologías y técnicas del mundo científico nos ayuda a observar de manera sistémica el mundo que nos rodea, a encontrar conexiones entre sus aspectos diversos. Además, la tecnología nos da herramientas creativas extraordinarias. Así, por ejemplo, programar algoritmos interpretados por computadoras puede tener un impacto muy grande en las posibilidades expresivas de cualquier área artística: en danza, si entendemos mejor la anatomía de nuestro cuerpo podemos explicar mejor los movimientos corporales y prevenir lesiones; y en música, saber de psicoacústica puede ayudar a tomar decisiones estéticas acerca de la espacialización del sonido y la selección de material sonoro.
Hay muchos ejemplos del modo en que la ciencia puede hacer el arte más interesante. En este sentido, veamos el trabajo del artista plástico Gilberto Esparza, cuya obra combina biología, electrónica, sociología y sonido. Esto consta en sus proyectos, “Plantas Nómadas” y “Parásitos Urbanos”, donde “crea robots biotecnológicos que fueron creados con residuos tecnológicos, con el objetivo de dar respuesta a una de sus más constantes interrogantes ¿Qué hacer con la basura tecnológica?”.
Veamos, también, la obra del compositor Josiah Oberholtzer, quien crea herramientas en el lenguaje de programación Python, para formalizar procesos de composición o diseñar softwares interactivos, como Oovo o SASHA (Saxophone Acoustic Search and Heuristic Analysis).
Consideremos el proyecto del artista sonoro Marcus Maeder, “Trees”, que hace audibles los procesos eco-fisiológicos que experimentan las plantas, y expande el horizonte de la bioacústica de estos organismos, la sonificación de datos, las dinámicas de los bosques, la ecofisiología de las plantas y, en suma, consolida el vínculo entre la investigación artística y científica.
Y tantos otros maravillosos ejemplos que podría dar, pero que me falta espacio para seguir.
Ya sé que está pensando, querido lector: “ok, las artes pueden usar la ciencia. Pero ¿las ciencias pueden hacer uso de artes?”. Le respondo: definitivamente sí. El ejemplo más obvio de esta relación está en la obra de Leonardo da Vinci, quien fue el primer artista en realizar estudios científicos sobre la refracción de la luz y la geometría de la perspectiva. Da Vinci estudió las ciencias y el arte como algo indisoluble, que se complementa -y ya ven lo que pasó con él, y lo que significó para la cultura occidental.
Además, las artes enseñan habilidades fundamentales a los científicos. Por ello, Mae Jemison, la primera astronauta Afro-americana, afirmó que nuestra misión es reconciliar la enseñanza de las artes y las ciencias. Ella se graduó en medicina, pero durante su formación siempre tuvo clases de baile y cerámica, que fueron fundamentales en su trayectoria. En su charla TED del 2009, Jemison afirmó que su “misión de diseño de futuro se trata realmente de promover una integración, pensar que lo intuitivo y lo analítico no están separados”.
Otro ejemplo viene desde el CERN (European Organization for Nuclear Research) está el ejemplo de Fabiola Gianotti. Gianotti es física y la responsable por el proyecto ATLAS, considerado como uno de los experimentos científicos más grandes en el mundo, además es la primera mujer que dirigirá el CERN iniciando en enero de 2016. Además, Gianotti es una pianista educada profesionalmente en música clásica y retiene su amor por el arte y la ciencia. En una entrevista para la revista Smithsonian declaró: “La música se mantiene en un lugar central de mi vida. Siempre ha estado conmigo, incluso cuando no toco el instrumento o escucho una pieza de música. Está en mi mente todo el tiempo.” En el documental “Particle Fever” se puede ver a Gianotti tocando el piano con pasión y precisión en su casa después de haber estado experimentando largas horas la naturaleza del universo en el laboratorio.
Mark Levinson, también científico del CERN mencionado en la misma entrevista concluye: “Honestamente las personas ven a los artistas quizá más accesibles y humanos que a los científicos -para bien o para mal. Por esta razón este documental (Particle Fever) es en si mismo una prueba de cómo a través de las artes la ciencia puede trascender los estereotipos de las teorías esotéricas científicas, el vocabulario impenetrable y los experimentos incomprensibles, porque en el fondo, en su núcleo, la ciencia es una búsqueda personal por la verdad.”
Por último, el profesor David Edwards en la universidad de Harvard sostiene que las artes y las ciencias deben estar muy cerca y en constante diálogo. En su libro “Artscience”, -según su página de internet- “describe como muchos de los creadores contemporáneos logran sus descubrimientos en las artes y las ciencias al desarrollar sus ideas y preguntas en una zona intermedia en donde ni la ciencia ni las artes son definidas con facilidad. Estos creadores pueden innovar en cultura, como en el desarrollo de nuevas formas de composición a través de teorías del caos, o, quizá, a través de investigación científica en el sótano del museo Louvre en Paris”.
¿Lo ve más claro ahora querido lector? Las artes complementan a las ciencias y las ciencias complementan a las artes. Están diseñadas desde el inicio a estar juntas pero independientes, como cualquier relación sana entre dos personas. Las artes pueden ayudar a divulgar y a fomentar el interés de los jóvenes por la ciencia, y la ciencia provee de herramientas fundamentales para que las artes sigan su imparable evolución por imaginar nuevos mundos y realidades.
Provoquemos entonces más encuentros entre artistas y científicos, enseñemos arte y ciencia con la misma importancia y de manera colaborativa porque es ahí, en los encuentros y la colaboración donde surge el llamado a nuestros jóvenes para encontrar su verdad y su propia voz a través de los amantes separados. El arte y la ciencia. Que no seamos recordados como los Capuleto y los Montesco.
Edgar Barroso
edgar@covolucion.com
@edgarbarroso
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