Normalmente, el último día del año es el más importante para mí. Es cuando considero que es mi verdadero cumpleaños y casi siempre tengo una par de propósitos que me gustaría hacer en el año. Sin embargo este año fue distinto, el propósito me encontró a mi. El último día del año me encontré viajando a Maria Alm, una cadena de montañas preciosas cerca de Salzburgo en Austria. Mi meta: esquiar por primera vez en mi vida. Me acompaña mi novia Ulla (austriaca) quien descendió de una pista para expertos esquiadores a los 4 años, y que según su mamá cuando terminó dijo: “Eso fue un poco difícil”. Con nosotros estaban también los dos hermanos y los papás de Ulla, todos austriacos, todos experimentados esquiadores.
El primer día del año me encontré poniéndome mis pantalones especiales y rentando mis esquís, mis zapatos de astronauta, etc. La mamá de Ulla, Ulla y yo partimos a esquiar. Mientras el resto de la familia se va en autobús, mi destino es en la falda de la montaña. Llego a una pista para “principiantes”. En frente de mi un niño de aproximadamente 3 años me dice “Hallo, Mir ist kalt”. nos embarcamos en la máquina que nos va a subir para empezar mi primer descenso en esquíes. La imagen, mi amigo de tres años, yo y detrás de mí Ulla con una cara de aburrimiento pero con todo el cariño del mundo. Llegamos a la “cima” y empieza la penosa misión de aprender a frenar. “Pizza, French Fries, Pizza, French Fries” los que han estado en esta situación sabrán exactamente de que les estoy hablando. A mis 34 años, la sobre-racionalización de tod proceso empezó a entrometerse. Que si la pierna, que si el cuerpo, que si la pizza. Sobra decir lo torpe que me sentí, sobre todo comparado con la gracia y soltura con la que lo hacía Ulla.
Pero poco a poco dejé de preocuparme, de estar menos consciente de mis movimientos y dejar que literalmente la nieve me llevara, empecé a concentrarme en aprender y no en si era bueno o malo, en compararme, simplemente me concentré en hacerlo lo mejor que podía. Poco a poco se vieron algunos tímidos avances confirmados por la mamá de Ulla. A mi alrededor recorrían la pista decenas de niños como mi primer amiguito, en toda la pista habíamos 3 adultos. Una chica inglesa, Ulla y yo. Y es aquí cuando entendí cual era mi propósito de año nuevo. Ser principiante. Ser principiante en lo que sea es increíble. Tienes la libertad de equivocarte, de hacer el ridículo. De concentrarte en lo que tienes y no en todo lo que te falta. Me mudo a Suiza en Agosto y mi alemán es realmente muy malo. Sin embargo esquiar me hizo recordar que aprender algo nuevo es una manera muy sana de mantener el ego a raya, de aprender a reírte de ti mismo, aceptar que eres muy malo y que quieres mejorar. Además, cuando eres principiante, irremediablemente aprendes de los demás. Este total reconocimiento por la experiencia y conocimiento del otro es fantástico. Ser principiante es frustrante también. Esquiar y hablar alemán es algo que todos los austriacos y casi todos los suizos hacen naturalmente. Sin embargo tengo muy claro que cuando te quieres adaptar a una cultura, a disfrutar la diversidad, tienes que integrarte a las costumbres del lugar al que vas y esa es mi intención.
A los cuatro días subí a una montaña a 1700 metros, baje esquiando. Me caí dos veces en el trayecto, pero disfrute muchísimo el descenso y sobre todo poder esquiar con la familia de mi novia. Integrarme a una costumbre que ellos tienen cada año que es ir a las montañas, esquiar toda la mañana hasta las cuatro de la tarde, momento en el que invariablemente entras a un sauna completamente desnudo con personas que no conoces (hombres y mujeres), para después relajarse en silencio o leyendo algún libro.
Otra cosa que se me hizo precioso de todo este proceso es el tremendo sentimiento de agradecimiento que generó el cuidado que puso Ulla y su familia en mi “curso” de esquí. Gracias Ulla, Andrea, Marianne, Franz y Stefan Bernhart por la paciencia, amor y cuidado que me dieron la semana pasada. Enseñar algo a alguien es el mejor regalo que le puedes dar a una persona. Es gratis, es para toda la vida, y es sobre todas las cosas una anécdota inolvidable de tu vida. Esos momentos que se anclan en tu memoria, eventos con los que te acuerdas en que años hiciste que. Estoy seguro que en 20 años, una de las cosas por las que voy a recordar el 2012 es que fue el año que aprendí a esquiar. Y es que aprender algo de otra cultura te integra. Justo en una semana, vamos a ir nuevamente a esquiar (en Suiza) con los compañeros de trabajo de Ulla. Antes de saber si podía o no esquiar, Ulla y yo habíamos pensado que sería mejor que ella se fuera sola porque yo no esquiaba. Ahora puedo ir, y aunque esoty seguro me quedaré con los poquitos principiantes (la mayoría de India), sé que me puedo pasar un rato agradable. Aunque sé lo trivial que suena, esquiar para mi es vital. Si mis hijos nacen en este país, tengo que saber hacerlo un poco para llevarlos a que ellos aprendan, si quiero ir de vacaciones con su familia esquiar ya no va a ser un obstáculo, ni van a tener que ir a las pistas para principiantes. A la mejor llego más tarde (y con dos que tres buenos trancazos) pero llego.
Esquiar me hizo ver que cada año me gustaría aprender alg nuevo. Me gustaría ser principiante en algo al menos anualmente. Cuando nos hacemos adultos casi nunca queremos aprender algo nuevo por temor al ridículo, a la incapacidad, a que un niño de 3 años lo haga mejor que tú. Siempre es una forma de miedo y a la comparación. Ninguna de estas razones justifican que no aprendamos cosas nuevas. En mi caso, el aprendizaje del idimoa alemán me va a llevar algunos años, voy a cometer errores, no voy a entender totalmente lo que dijeron, voy a pronunciar con un acento fuertísimo, y voy a hacer la cara de “what” y sonreir casi compulsivamente o decir que sí aunque no hayas entendido que te diejron. En alemán, también un niño de 3 años lo hace mejor que yo. Pero creo que esquiar me enseño que tengo que concentrarme en lo que tengo, tener paciencia, olvidar el exterior y simplemente disfrutar el proceso de aprendizaje. La idea de aprender algo difícil, que requiere de memoria, coordinación y todo tipo de gimnasia mental es de verdad una forma de mantenernos curiosos, vivos.
Por último, y para comprobar que tan principiante soy, aquí les dejo un video del final de la pista que estaba a 1700 metros:
Un abrazo!
Edgar
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